Es oscuro el surcar donde las
ventoleras raja tu rostro y después desnuda eres ave malherida que invoca a la
vida. Cual fue el fallo se pregunta ella. Ella que entre la duda y la penumbra
anda perdida de esquina en esquina al encuentro de un halito de ese jugo que
evapore su pena. Pero hay penas y penas. Hay heridas y heridas. Penas y heridas
que nos hacen recogernos en el pensamiento de la impotencia. Por qué no habré…se
pregunta. Tantas calamidades rondan sobre ella que a veces siente ganas de ser
hija de acantilados. Acantilados que desquebrajan cada llaga, cada llanto, cada
recuerdo que se cierne sobre ella. El viento norte llega. Unas nubes cenizas
cubre el firmamento y el crepúsculo se transforma en un telón que ella tiene
que desvelar. Qué habrá detrás. No sabe. Muñecas colgantes zanjadas a la vida.
Sangre que corre por los espacios inaccesibles de las creencias. Se alza y con
su verdad, con su ser desgajado, desgarrado vuela. Si vuela hacia esos rincones
donde la luz no incida sobre las secuelas de su recorrido por esta tierra
extraña. Un ataúd censurará el daño, ese daño que como rastrojos sube, trepa,
escala por sus entrañas. Por qué no…se pregunta ella.
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