miércoles, abril 02, 2014

Nubes...

Nubes aterciopeladas que gritan en su huída. Un sol dorado que se arroja contra las rocas. Una gruta donde el murmullo de sus aguas hace embeberse a los que la escuchan en un sueño profundo. El penetra, se introduce en ese cuerpo hueco donde los manantiales dan aliento a la vida. Ahí, según le han dicho está la cumbre del amor, de los deseos. Sí, en sus aguas cristalinas. Aguas que miras y no sabes de si es profundidad o el reflejo de ese techo que colma la gruta. Se mira, el reflejo de su mirada lo invita bucear por esas aguas. Busca, busca. Busca el deseo, el amor. Pero algo que lo detiene. No halla nada y sale a la superficie. Todo es silencio, solo el eco enrarecido de sus movimientos. Se mira otra vez en esa agua y no ve sus ojos reflejados. Solo, un corazón agrietado por el peso de los años. Ya no puede amar, ya no desea. Pero aun así se siente bien. Descubre una luz nocturna que entra en la gruta. Es noche de luna. Su alma cansada se arrastra hacia ella.  Las llamas blancas de la luna lo miran. El también mira. Se pregunta qué  ha hecho. No comprende. Afuera se dirige a la colina más alta. Una mezcla de maleza le ata sus piernas. Cae. Y en ese estado inconsciente sueña. Sueña con ese amor, con ese deseo. Cuando despierta ante él una imagen difuminada con cuerpo de mujer le tiende la mano. Aquí estoy, le dice. Por qué ir tan lejos.                 

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