Una colina
donde se luce un viejo árbol. Ramas que evocan a violines mecidas por el
viento. El crujir de la hojarasca. Desde allí miramos el océano. Un océano de
aves que esbozan sus últimos vuelos cuando la noche es venidera. Nos
emocionamos. Y con un antes y después nuestros sentimientos brotan en el
sentido de la serenidad. Todo está en calma. Tal vez está noche podremos
navegar, introducirnos en esa mar que nos llama y desea y evocar a la danza de
las algas, de las estrellas marinas. Extiendes tus brazos y sumisa al ronroneo
de una canción te lanzas colina abajo a abrazarlo. Te sumerges en su cuerpo, en
lo frágil de su mundo y desde ahí eres ballena que se mueve desde las
profundidades hasta la superficie. Huyes, tu mundo azul es esperanza que hay
que salvaguardar con la distancia de tu ida. Ves el viejo árbol. Y cierta
añoranza te ampara. Pero no puedes, no debes ascender de nuevo a ese lugar
donde las leyendas flotan en el aire. Todo está raído. Todo se ha ido. Ahora
que lo ves de manera diferente, una oscuridad alumbra sus ramas, su entereza.
Es como si se extinguiera. Todo se extingue. Y tu, ballena de las aguas azules
huyes, huyes.
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