viernes, septiembre 16, 2016

Destierros...


Destierros, sensaciones arboladas induciendo al eterno grito del silencio. Así, se conformaba ella. Adoraba cada palpitar de los astros que en una noche de luna llena esboza su sonrisa para sí misma. Las jornadas se le hacían cortas y monótonas en su rutina. Mientras meditaba. Sí, un pensamiento que iba más allá de la lluvia mañanera. Su ventana se abría dando un cierto aroma a los rosales que posaban tranquilos en su jardín. Un perro verde que ladra a la luz de farolas rodeadas de insectos. Alguien entró. No sé sabe quien, un aliento azul blanquecino la acogió. Sintió un cierto rubor, una mezcla de temor y placer conquistando sus sentidos. Sería el…se preguntaba. Sí, el, su amor, su sinceridad, su porte honesto ante los desafíos de la vida. Se elevó a unos metros del suelo. Voló por cada una de sus habitaciones bajo aquel techo. Observo, absorbió cada halito de raíces que la encadenaban en cada uno de los fotogramas que pasaba por su mente. Un solo deseo, un solo amor. Lo demás no era verdadero, puro. Abrió cuando descendió el armario. La luz de había ido. Ahí había una camisa rajada. Se sentó junto a la ventana a la lumbre de la luna llena y la cosió con ternura. Una vez terminada la labor la olió, todavía su perfume estaba instalado en aquella camisa, en su memoria. La ventana se cerró y con ello la luna llena se largó, se fue en su beso con una lluvia débil, frágil que la evocaba salir y danzar con el eterno grito del silencio. 

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