domingo, abril 22, 2018

Quietos...


Están quietos en el zumbido de una bala que desangra sus corazones. La belleza de la tierra se opone ante los gemidos del silencio. Un niño y una madre. Un niño y un padre. Un niño y un anciano. Un niño y una mano.  Grotescas consecuencias de un aire enrarecido a ras de sus ojos, abiertos, blancos. La batalla viene con su denso y perpetuo caparazón de metrallas que llaman a la desidia, a la languidez de un pueblo. Fatigado deja de gritar, deja de orar a los miles de dioses que rajan la humanidad. Quietos…muy quietos. Las ventiscas de la paz no brotan de sus entrañas dolidas, heridas, muertas. Y viene por un instante el silencio, será realidad ¡no¡ ¡no¡ es el brutal desenlace del hoy. Somos testigos del genocidio y no entiendo el por qué, no llego aclararme cuanto un niño y su llanto, un niño y su callar, un niño y su dolor, un niño y su mano sangrienta roza el abismo. Quietos…muy quietos, anclados en tierras polvorientas de un estruendo atroz por las ganzuadas garras sanguinarias y endemoniadas de la bestia. Ahí viene con su estupidez, con su ignorancia, con su indiferencia trazando cuchillas afiladas en sus rostros.  Se cierran los párpados ausentes al desastre y meditan, abocan a la derrota de la humanidad como existencia.

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