Callaba, andaba imbuida en esos fotogramas de sus experiencias.
Cada uno de ellos le relataba, le daba una visión de un ayer de memoria muerta.
Callaba, andaba con los rayos matutinos impregnada del aliento de un mes de
julio pesado, vasto. Sin embargo, la lucidez de las mareas la acogían ante el
calor pegajoso desparramado en su desnudez. Aislada, comentaba con sus
quehaceres donde erigirse en el curso de las horas muertas. El oleaje estaba
ahí, manso, revitalizante, con el auge de una armonía que la invitaba a
adentrarse en sus entrañas, en la profundidad de su balada muerta. Cansada,
aliada de la nada del mañana, del ayer, del hoy, del suceso del tic-tac…tic-tac
se hundió en su extensión. Calaveras trotando el ayer, cuerpos despellejados en
el hoy, el vacío del mañana. Ascendió a la superficie y miro a su derredor,
sola, agotada emitió lágrimas desesperanzadoras para esta masa microscópica perdido
en alguna espiral del universo. Sobre su hombro se posó una pardela ceniza y
algo le dijo, algo entono en la esferas de esas aguas mansas y la desnudez de
su alma. Estática se quedó con ella, se arrimaron a una roca negra, punzante de
erupciones de antaño y se sentaron, se miraron hasta que la caída de la jornada
entonara a las estrellas fugaces para algún deseo, para alguna esperanza, para
alguna libertad.
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