Todo era oscuridad, solo, la luna
roja lo miraba en cada pisada por las calles de una ciudad ajena a su ritmo.
Iba en busca de la cabina, esa misma que se erguía todas las noches antes de
envolverse entre sábanas de rayas verdes. El móvil lo había desechado con el
tiempo, no le gustaba esa constancia de ser atravesado por un objeto del avance
tecnológico. Eran las nueve, las nueve
cuando la luna roja lo avisó de que tenía que como todos los días llamar ¿A quién?
En un bolsillo llevaba un papalito arrugado, desgastado pero donde aun la tinta
y la silueta de los números se podían visualizar. Cogió unas monedas del otro
bolsillo y las introdujo en esa cabina de antaño, esa cabina que ha visto el
movimiento de la ciudad durante muchos, muchos años. Una cabina visitada
antiguamente por todos. Cada personaje ante los ojos de ella era un mundo
aparte, un mundo ausente en la vida de los demás ¡Ay, cuantas vivencias¡
Cuantas conversaciones del pasado ahora muertas o casi muertas…porque él no la
dejaba , iba a ella y llamaba. La luna roja, palpitando alguna añoranza,
lamentando el rumbo de este esfera y el marcando cada uno de sus teclas. Al
otro lado la nada se prestaba en el silencio, en el vacío de las palabras. Colgó
y la luna roja seguía con su ritmo a medida que el retornaba a su casa. Se
acostó entre sus sábanas de rayas verdes y descanso con la tranquila de que aún
ella seguía ahí. La luna roja desde su ventana velaba sus sueños. La luna roja
conquistaba su tranquilidad en el gozo de que ella seguía esperándolo.
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