Los senderos se perpetuán en la pisada antigua, en el amor
de ojos hechizados por la sonatilla de la cima. Arboledas candentes de brío,
energetizantes cuando el ritmo del aliento recóndito se alarga al abrazo de sus
raíces. Por allí van las piernas que
como ramas se deshojan al son del viento, del viento…La oquedad del callamiento
hila un himno sobrenatural, una tonada alojada en las almas nobles de la
naturaleza. Su querer la hace más bella,
más arraigada a los pinzones que con su alegría premia a los corazones
solitarios, a los corazones que avanzan en el destino de un sueño. Columnas lo
soportan bajo un cielo azul murmurando con ese astro vivaracho de la vida. Y
zas…respiración, inspiración, paisaje incólume, virgen engendrado por los
escoltas mágicas del nocturno. Y zas…arroyuelos
que nos amparan de la sed, de la desdicha, de la declinación humana en atmósferas
incontenibles, contaminadas.
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