Arraigada a las raíces que se prolongan
a lo largo de los mares cuando la desnudez de mi cuerpo emerge en las orillas
de estructuras flotantes donde el ave plateada descansa. Me arrimo a ella y subo unas escaleras de
caracolas cual tonada siembra un pacífico movimiento en mis pasos. Me arrastro
bajo sus plumas cálidas y mis ojos solo ven un mundo perfecto. Un mundo que
gira y gira en torno a las fogatas del invierno. Me gusta. Pero he de elevarme, avanzar ante la escarcha que se posa en mis palmas.
Elevo los brazos y como mágica seducción las entrego al don de las mareas. Se consumen. Más y más un largo recorrido que
me llevará lejos, muy lejos. Aquí he perdido mi lugar. Aquí me he extinguido en
las grietas difusas de la desorientación. Gravitar por nuevas fronteras donde
el resonar de tambores y flautas erupcionan como nutriente a la vitalidad. Adiós,
te digo. Sí, un adiós metamorfosis de ese arco de colores que se entrega en mi
entrada a otro yo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario