jueves, diciembre 11, 2014

Adiós...

El firmamento anunciaba un manto de constelaciones intocables al adiós. Habías llamado. Sí, llamar y llamar con la sonoridad de un gemido vertido en cien vasos de alcohol. Tu aliento apresaba la duda, la negativa de ser atendido. Te dejabas llevar por cierta melancolía que revelaba cada paso que dabas, cada bar que ibas por un vaso más.  Te fuiste haciéndote él solo, digo. No querías compartir esos momentos de desgarra que sufrimos durante la existencia. Así te ibas. No, no te contesté. No estabas en ese estado que diríamos sobrio. No eran coherentes tus palabras por aquel entonces. Una distorsión te iba consumiendo poco a poco y no te dabas cuenta.  A las horas me enteré que habías desaparecido. Que te habías ido lejos, muy lejos. Sobre aquellos mundos azules que imaginabas. Tal vez tu mundo paralelo. Que allí eras feliz. Sí, feliz. La pena me embargó. Sabía que no te vería más. Sabía que mi teléfono dejaría de sonar.  Sabía que no te había socorrido en el amplio panorama de posibilidades. Me arrepiento. Me castigo. Y me siento caer bajo las inclemencias que muerden mi conciencia. Muchas veces te dije por qué no lo dejas. Tú ni caso. Vivías en esa atmosfera de tristezas con las que bailabas, danzabas, hablabas. Fue en el lago donde te vieron por última vez. Sí, ese lago que en barca solías salir. Hoy he ido allí. He navegado bajo el imperio de los astros con ayuda del haz de la luna. No te he visto. No te he sentido. Por un rato he echado el ancla en una zona donde el temblor comenzaba a inundar mis sienes, mis piernas. Nada. He escuchado las voces de los desaparecidos.  Unas voces que anunciaban descanso y paz. Tal vez, digo, tú te encuentres con ellos. Después de esos instantes levante el ancla. No pude. Algo me lo impedía. Un terror me cegaba. Pasar la noche con las navajas del frío y la humedad. Quizás, fueras tú. Sí, respondí a tu llamada. Te hable y hable y así durante horas.  Almas decaídas comenzaron a erupcionar del lago. Te buscaba. No te vi. Me rodearon y sentí como si tú fueras.  De repente el cielo se hizo rojizo, malva, había amanecido. Me hallaba en la orilla. Adiós, te dije. 

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