Un violonchelo sueña en medio del
ocaso. Estáticas permanecen las estrellas, así, como los ojos que miran al
horizonte añorado. Quedan pocas horas y somos cumbre de un nuevo destino con
aliento a renacer. Estás ahí. Parada. Realojando cada uno de tus sentimientos.
Todo se va, se extingue y el anuncio de un vacío que tendremos que llenar con
las huellas que se van quedando te hace subir al roque más alto, al pico más
alto. Edificas un jardín entre nubes rojas y la
pasión te lleva a una existencia que has de continuar. Un susurro te dice de
mariposas plateadas que ascienden a tus manos. Las abres y posadas responden a
la belleza, la belleza de los montes que nos pueblan con su sonrisa, con esa
húmeda tierra que permanecerá en la memoria del tiempo. Pero otras cosas tendrás que olvidar. Sí, a
medida que un violonchelo te cerca en el sueño. Y no más. Sí, no más. Caes en la
nostalgia. Con un gesto te desprendes de
las lágrimas mientras las campanadas dan las doce. Otro año que seco da verdor a otro que se
engendra. Así somos. Lo rutinario se extingue y vuelas y vuelas hasta ese
jardín entre nubes. Te enredas en ellas como amantes de un mañana. No te cansas
y vuelas y vuelas…
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