viernes, abril 03, 2015

Las cartas...

Largo es el recorrido inmerso en la sutileza de mirarte. No se te imaginaba de forma distinta. Amplia gaviota de plumas doradas que emerge de los cráteres de la esperanza.  Pero no. No eras así, tus ojos vestidos de gris y canturreando alguna melodía del ayer. Algo que en la memoria te hacia retroceder y albergar momentos entrañables, bellos. En tus cartas escribías de algo, de una necesidad de encontrarnos en algún lugar donde las fuentes bajo el sol refrescaran nuestros cuerpos. Me gusto eso. Eras alta y delgada, con unas manos solemnes. Manos cuya caricia te remonta a vergeles cuyo eco es simplemente el izar de una sonrisa. Ay, tu sonrisa. Siempre intacta. Siempre columpiándose aunque la jornada se empecinara en ser ceniza. Así te quiero. Así te recuerdo. Aquí estamos ahora. Cara a cara. Pides un café y tus palabras surgen como si de toda la vida nos conociéramos. Son instantes eternos. Instantes que nos pierden en el olvido. Tus cartas las guardaré en algún lugar donde el eclipse de mis dedos sean campos de jardines sin flores. No más quiero leerlas. Te prefiero así. Tal como te observo en este presente. No sé por qué las escribiste. Te imaginaba distinta. Por ellas estoy aquí, ante ti. Con la realidad danzando bajo mis ojos, bajo tus ojos. Sí, dame la mano. Me hace sentir fuerte, vital. Dices que te vas. No. Todavía no. Deja que aspire el aliento de los mirlos al verlos pasar. Deja que bese tu tez como signo de la belleza. No te olvides escribirme. Te lo digo por si acaso no regreses. Me dejes aquí, con mis codos sobre esta mesa pensándote, amándote.


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