miércoles, abril 08, 2015

Y miras...

Y miras desde el ceniciento rostro del firmamento. Disimulas tu pequeña tristeza con veleros de  papel que van más allá de la mar revuelta. No quieres que te vean. Así, con esos fantasmas del ayer que te envuelven en murallones negros. Te alejas. Sí, te vas errabunda por puentes colgantes sobre precipicios de agujas candentes. No te decides si ahogarlo todo bajo tus pies o se espalda de fardos en la línea de tu vida. Te agotas y las lágrimas vienen con un mismo color a ras de tus mejillas. Por qué, te preguntas. Por qué tanta desdicha pesa sobre tus sienes. Aquel ayer…Vuelve y vuelve. Con sus puñales de calaveras engarrotando cada pasa, cada huella que dejas. Profundamente meditas. Respiras hondo. Inspirar y espirar. Y te concentras en el mañana. Sí un mañana donde la mano verdadera será tendida a ras de tus párpados cansados. Ahora, has de seguir. Con tu dolor, con esa molesta amenaza que te distrae. Llamas a los cipreses, a esos cuervos para que aniden sobre tu cuerpo. Pero no…todavía no es tu hora. Quizás en el curso de las estaciones bajo un piano azul volverás a sonreír. De alguna manera tendrás que revivir, reverdecer la esencia que existe en ti. Olvidar y olvidar la hoz brutal de antaño. Tal vez un beso. Un beso del mañana, del mañana…

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