Es la hora, dice ella apoyada en una esquina donde el gozo
del sol la fatiga. Sí, es hora de partir más allá de los pilares planteados en
la inocencia, en esa niñez duradera que se ha ido. Nunca más volveré a
retorcerme con las piezas deformes que compone esta ciudad. No llevo equipaje a
donde voy, no lo necesito. Solo la ilusión de mi hijo, el va conmigo, de mi
mano. Bien agarrado ante el tremor fantasmagórico de nuestro viaje. El viaje
eterno a unas tierras donde el humano, nosotros, escupe en nuestra degastada
frente. Le tapo los ojos para que sus sueños no resbalen en piedras de
colmillos zanjando su destino. No sé qué decirle, contarle algún cuento tal vez
de carruajes con destino a las estrellas que esta noche nos alumbra ante el
inminente agotamiento ¡La hora¡ huída de la destrucción que nos vuelve
frágiles, débiles ante este mundo de cristal ¡No mires hijo¡ bailemos al ritmo
de la sucesión de jornadas que nos harán más fuertes, más hermético a cada
punzón tras nuestra espalda. Tus manos, tan delicadas, tan pequeñas
sobrevivirán a todo mal. La hora, aún es temprano…la luna nos habla y
conversará esas noches donde los aves carroñeras lanzan sus ojos de alambradas
en las mareas de nuestros sueños. Apriétame bien hijo, no te distancias de mi…llegaremos,
ya es la hora.
No hay comentarios:
Publicar un comentario