LAS PISADAS DE OTOÑO
La
noche convoca la pasividad de las estrellas condensándose en una ventana donde
su transparente cristal azulado deja entrever el universo hueco de un alma
avara. Un alma conducida por el remoto desván de la soledad, esa soledad que
te hierve en un rincón como invidente
paraje de los desencuentros ¡Amigos idos en las bahías intangible a la
esperanza¡ Amantes perdidas en la ráfaga oscura de los sueños, y todo ese atuendo que
conforma el contacto con el mundo
exterior.
Una
noche que era más robusta en estrellas plateadas allá en una
lejana montaña, donde una casa tallada
de maderas y viejos muebles invocaba el
mecer de un alma disuelta en sus penas, en sus tormentos, en el desazón penetrante entre sus grises carnes , en sus
cabellos canos, en esos pantalones harapientos: flojos por su corpulencia
delgada. Cada día más rebuscado por el
despuntar de sus huesos, cada día más fruncida a la vejez y el retorno
desafiante de sus recuerdos. Pálido por no haber salido nunca de esas paredes desde su nacimiento, con unos ojos que
oscilan la gris mirada. Por ello ,la ciudad
allende a él, lo consideraban un hombre extraño y también a sus antepasados, por no más que ser un vivo
enterrado entre esas paredes .Hule se
llamaba él , nombre trascendental en las singladuras milenarias de su sangre,
conjuro de un destino que desembarca en el aislamiento.
- Y, ¡ por qué ¡ - por qué se inquiría él mientras con lágrimas acariciando sus
mejillas tocaba suavemente el aliento de la brisa – Toda mi vida en esta celda con los grillos zarandeando con su jarana cuando su libertad es hallada por la luna. Mientras yo, hombre del hoy,
hombre del ayer y de cada rincón arcaico
de estas paredes no más que he sido senda de mis antepasados .Sólo sus ecos eclosionando en mi espíritu
como ese aprendiz de los secretos del ayer, como ese laberinto inhospitable
para cualquier criatura andante de las
verjas que me rodean. Como hombre extraño,
castizo a cada leyenda, a cada misterio
de sus antecesores del porque somos antonomasia de este mundo, por que somos
esa hoja caduca de los agrestes paisajes de un otoño, del por que somos ruta
iridiscente en un nuevo despertar ya cuando nuestros huesos son no más que
enmarañado tragaluz de cenizas. Del por qué seguimos aquí con ese lapso
excusando todo el retozar entre las espumas puras de las arboledas ,sólo
admiradas desde estas vidrieras añejas . Como admiro aquellas casas de un
pueblo lejano a mis huellas : blancas , marrones, con el calcáreo gozar de sus paredes como monumento de sus
antiguos errantes, esos cual yo nunca ni mis ancestros fuimos aromas del
fragante pan mañanero , de la noticia premisa del escurrir de sus palabras , de
esos puentes de barro y piedra donde sólo la pisada hace escuchar
esos gremios de vendedores , de artesanos ambulantes para el mercado dominical. ¿Dónde
estarán como espíritu de sus riachuelos
entre los pilares de nuestros antecesores ¿-.. Así se distorsionaba su
ojear a través del tiempo detrás de
aquellas vidrieras de su salón, lacónico , transeúnte del aromas que la
prodigiosa primavera concibe cuando
somos despertar del ensueño. Pero no
más podía conducir ese modo de existencia, sin poder palpar el multicolor
de los pétalos, como prohibido hábito que lo aferraba únicamente a las
inmediaciones de su casa debido a esa
promesa .Ausente de todo lo que a su alrededor ocurría. Pero esa ausencia, ya con su vejez, tendría que terminar por el
hecho que debía de dejar un heredero. El, cualquier día de esos fenecería, no más que sería uno más de ese
mausoleo donde se danza con los muertos. Tenía que buscar, colonizar así a una mujer
que le diera descendencia y poderla hipnotizar
con el tipo de vida que llevaba él.
Ella se encontraba aun entre esas sábanas
eviternas en soledad. Se encontraba en ese estado latente infecundo en cariño,
allí , en su cama , orientada a una ventana que le decía “ ¡Ya es hora de levantar¡, escucha la
dulce cantinela de las aves, siente el airecillo de un novo día , disfruta de
esa aureola magnífica que engendra nuestro astro rey, ese astro que sigue cada
uno de nuestros pasos , que es parte de cada una de nuestras huellas” .
Su cuerpo pequeño, desnudo, frisar de un acogedor edredón blanco sólo era ya
relieve de sus huesos, matizados por una
palidez como pétalos de jazmín a ras de su piel. En su cabeza se acostaba
un tupido castaño liado y su
nariz achatada era diminuta como su cuerpo: cuerpo maduro, cuerpo cansado. Vaga
en el despertar: silenciosa, en las profundidades de cómo hallar el significado de sus sueños escondidos más
allá de sus entrañas: saboreándolos, compartiendo con ellos el mayor tiempo posible hasta ese
momento innato en que sus párpados se sublevan con la claridad y los va
perdiendo en la reconditez de su subconsciente. Se olvida de ellos, cuando sus
ojos marchitos se inclinan hacía ese sol estridente que la anima a levantarse.
Levantarse y anudarse a una nueva jornada. Ella prefiere quedarse más tiempo en
ese rincón de sus sábanas muertas, desflorando su encuentro con los sueños
hasta alcanzar una imagen perfecta de
ellos. Siente ya el murmullo de su hogar que tanto la molesta. No quiere
escuchar ruidos, ni tan siquiera el ronronear de los automóviles que circulan
afuera, todo ello la induciría afrontar
la realidad, esa realidad que nos abjura de nuestros deseos. Después, de
estarse un rato en esa acogedora pero hermética cama volando a través del
ensueño Elle se levanta con la delicadeza de un pétalo de
rosa que cae, lenta, aun con la somnolencia vagando en su esencia.
Elle, nombre dado por se la única mujer
entre cuatro hermanos. Se alza y lentamente es permeable a esa brisa que
atraviesa su ventana, es catada por esos rayos solares dando los buenos días,
unos buenos días que serían un tanto especiales respecto al fenómeno que le iba
a ocurrir, ¿qué será? Se despeja de la acaricia que le ha ofrecido sus sábanas,
siente penetrar en su corazón el suave murmurar de las aves y ese asalto
embriagador de la ciudad. Las avecillas le transmiten algo extraño, un canto
anormal con algún mensaje entre sus variopintos plumajes, encantando así el
respirar de ella. Ella, con sus brazos soportando el marco de la ventana, con
sus puños oprimidos sumisos a un deseo de ser saciada en ese día, ese día que
no quería figurárselos como otros : atados a una angustia, a una soledad de sus
emociones, a pétalos escarchados sobrevolando sobre su cuerpo y ese negar
en sus pensamientos sobre alguna oportunidad.
Después de minutos sustanciosos cuajando el
gemir de la tenue brisa en su vasta alma
en aquella ventana se despide de
ella para ataviarse de un bata de seda que posee a los pie de su cama:
suavemente como si se tratara de alguna tierna mano abrigándola de ese hielo
que perforaba su carne y esa reconditez que la hacia hablar consigo misma,“ Vísteme, prenda de perfumes con el
eclipsar de mis ojos, balanceando por la balada de las aves. Sé que no estás,
pero en la orilla de mis pensamientos
siento ese irradiar del amor “.
Al acabar esas palabras que navegaban por su interior se dirigió hacia la
puerta, esa puerta de su habitación que la descubriría ante todos los
componentes de esa casa. Todos inclinados ya en la cocina, en ese bostezo
mañanero, todos presa del desayuno , todos sentados ante una mesa de pino conformando un círculo donde ella se sentía
el centro. El centro de sus miradas, el centro de sus críticas. Ante ella se
iba ya disipando una variedad de manjares: requesón, mermelada, mantequilla, panecillos y ese
despertador primordial: café.
Elle llegaba al desayuno como siempre,
aletargada con esa tertulia aun de sus sueños, consteladas en esas palabras
románticas que suspiraba, contraída cuando toma asiento en esa mesa donde ya
todos engullían la primera comida del día ,donde el silencio era reflejo de
cada rostro allí asentado. Un silencio insoportable para ella, ese hermetismo y
marginación que hacia su ser poseían era imagen en su corazón con solo sentir la respiración de cada uno de
ellos. No podía ser matiz de una conversación, sabía que sus palabras quedarían
bajo la gravedad de la nada.
Tras su café Elle se disipa de aquella cocina donde
miradas de granizadas son ráfagas de su ida. Otra vez en su habitación, en su
mundo, con sus vestidos: uno de tonos azules como la melancolía que se volcaba
en su ser eligió. Sin dar explicaciones
a nadie salió de aquel techo, pues allí, bajo su techo, cada opinión suya
engendraba un cataclismo debido a su reacia razón de obedecer aquellos
que la quieren dominar y a su comportamiento tan divergente para ellos. Aun con
las singladuras de los años que posaban sobre su espaldas no había sido
aliciente de un empleo, debido de que
ella era de esas personas con los
pilares fornidos en realizar aquello que la motivase, es decir, un trabajo
complaciente con su carácter, con sus
inquietudes, lo cual , era nefasto para
su familia ese estado de somnolencia que se posaba en ella , mecido por la cruda realidad que
tenía que vivir .
Su casa se hallaba en esos adentros de un pueblo que
proliferaba, donde el rigor de las innovaciones y la balada del casco antiguo se
mezclaban. Sólo poseía una añoranza : ¡ser independiente ¡, ser romance de la
libertad , salir de esa casa donde sus familiares le habían robado el aire
; ese aire tierno con el que elaboramos el optimismo cargado de las nuevas energías que corean en un nuevo
crepúsculo en ese círculo de sus sentimientos , más, un amor ,
amor muerto en el ayer. Ese amor que
recordaba cuando el jugo de los halos solares exploraban su rostro en el
naciente de sus primeras horas. Ese amor
que en el ayer fue eclosión enramada de frondosas tersuras y el típico
halago de los gorriones cuando sus cuerpos se dejaban llevar por el don de la
brisa marina. Por ello, todas las mañanas, salía de su casa siguiendo el
itinerario claro-oscuro que él le dejo como atracción de su ser, sintiendo como
su huella repujada en insonoridad era señuelo de fragancias, del noble
serpentear de su mano sobre la mano
de ella cuando gravitaban por las
callejuelas del pueblo.
Llevaba consigo sólo un block de notas para ir
recopilando todo aquello que atrás de cada esquina se escondía: historias
amenas al trazo de su frágil pluma, absurdas para los componentes de su
familia, si se le puede llamar familia por tan sólo vivir bajo un mismo techo
.Para ellos era cuerda floja esa razón
de ser, querían darle pasos cerrados a esas letras que ella conjugaba pues no
daban fruto. “Y
que más da que no den fruto todo aquello que navega por mis papeles si yo me
siento cómoda con ello, si me persona es
crecida hasta ser alianza de la agradable reconditez que me aguarda “, se decía ella.
En su casa el perfilar de la discusión por
su carácter la disociaba de la calma, se planteaba un conflicto que la
configuraba a ras de las paredes que dormían bajo aquel techo.
La madre, mujer pequeña , robusta , con esa
mirada desgastada por el paso de los años
y no más que ser sirviente de aquel hogar ,lo que conlleva a un
encierro entre ardientes clavos por la monotonía que rueda
en su vida. Siempre era abordaje dislocado a su persona , sobre todo cuando
Elle desaparecía durante horas sin saber donde se hallaba .¿ A donde había
ido? Preguntaba a sus hermanos el por qué, el por
qué de ser sustrato de la soledad, el por qué ser esa apartada orilla donde la
nostalgia acaece como profunda hiedra capturando sus emociones hasta no más que
ser blindaje día a día de lo que se liaba en la casa, hasta no más que ser
insonoridad resaltada de las conversaciones que allí cuajaban.
-
¿Dime Antón?- preguntaba la madre a uno de
sus hijos cuando Elle desaparecía durante horas -¿Qué hacemos con tú hermana?
Mira su desayuno .Cada día come menos por estar tan sumisa a ese cavilar de sus
sueños, en sus recuerdos.
Antón, hombre alto , de tez bronceada ,y mirada incierta que se hallaba
sentado aún frente a su madre en la cocina se encogió de hombros. Su postura
daba la respuesta, una respuesta de desorientación, de querer sentirse al
margen de Elle. Pero la madre insistía, quería que su hijo la auxiliara de esa
encrucijada ya que era el mayor
–Contesta
hijo .Te pregunto a ti porque eres el mayor de todos y la vida te ha dado
experiencia. Supongo que habrás conocido muchos tipos de personas y, tal vez, hayas coincidido alguna vez con
alguien semejante a tu hermana.
Pero Antón , aunque fuera un hombre de estudios , un hombre que ha navegado
por los pasillos universitarios , lo que supone una mente abierta , la rigidez
de su tez morena más el azabache de sus cabellos intensificado por el negror de
sus ojos lo delataba como un egoísta : ojos que se miran a si mismo marginando
todo aquello del exterior , sobre todo si no es normal para su dura cabeza ,
estaba impregnado de un entendimiento necio hacía los demás , sólo toma
importancia aquello que se mueve por su
misma línea , con ese orgullo innato que anunciaba el desprecio por aquellos que
eran parte del sentido de su espíritu , con ese escalafón de superioridad que
lo alejaba de cualquier compresión de la reconditez de cada persona . Para
Antón era imposible viajar por el
significado de cada entraña de los seres humanos, lo que se hallaba en cada
interior para él no tenía importancia, sólo, el exterior: la máscara que todos
poseemos para afrontar la vida. Era fusta de todo aquel ser cultivado por la
solidaridad o haber sembrado esa cultura del entendimiento a cada ser ¡Absurdos
los llamaba¡, seres que han perdido su norte por la inercia de la sensibilidad
, una sensibilidad que según para él no sirve para esquivar el oleaje violento
de esta sociedad y crecer ,¡crecer¡.
¡Sólo él¡, sólo los que son como él y no esos bohemios sirvientes de la
ensoñación , de valles encantados en el paraíso de sus mentes; y no de esos de
trabajos inferiores ; y no de esos de ruta distinta a la suya.
El sol ya era anuncio de su soberanía,
ascendiendo tras esas colinas que vallaban aquel pueblo. Su dorado esplendor,
su carisma embriagado de calidez y,
Elle. Elle era vagar por las calles donde el silencio de sus transeúntes aun
era latente.
Pero aun así, Antón vagaba en la certidumbre,
ante la suplica de su madre y el rechistar de su hermano Bel. Bel , el más
pequeño , el más alegre , el más convergente con lo que día a día iba surgiendo
,con la indiferencia de cada personalidad ,¡cada uno sea como el aroma de sus
sentidos lo designe ¡
-Contesta
a tu madre Antón- dijo algo furioso Abel al observarlo encerrado en su propio
circulo, en sus propios pensamientos sin extender una mano a lo que su
alrededor se cuece- Ella te pregunta a ti por ser el más inteligente.
-No
se, no se lo que puedo contestar, ni en que puedo ayudarla. Sólo que Elle se ha
criado como un gorrión caprichoso, donde sólo juega con sus sueños, con esas
deleznables ilusiones que no más que son fantasías. Todas, ridículas para mí. No
se, no se lo que puedo hacer por ella. Está perdida.
Antón
no dejaba de mirar Abel porque para su madre no quería centrar sus ojos. Sabia
que sus palabras son dolorosas, que sus palabras son fuente de lo que la
sociedad hoy en día marcaba.
-Quizás,
tu podrías ayudarle a encontrar algún trabajo - replico Abel más severo.
- ¡Yo¡ Un trabajo . ¡Es un desastre¡ ¿Y mi honor? Que seria de la opinión de mi
persona si ella fracasara y fuera un
caos. ¡No¡ que se busque la vida . Sabéis lo que pienso. ¿No? Pues os lo voy a
decir: yo la echaría de casa, creo que así no tendría más remedio que
espabilarse y se olvidaría de los pajarillos que vuelan en su mente.
Con el término de sus violentas
palabras y su severidad súbita Antón se levanta.
Ve caer a su madre en un abismo, en una impotencia que le hace gravitar entre lágrimas,
pero él le da la espalda, es huida ante las cuestiones de ella. Se marcha de la
casa, es hora de comenzar su ruta cotidiana hasta llegar a su trabajo, pero no
se va sin antes dar un portazo , un portazo que hace temblar cada cuerpo que se
encuentra bajo ese techo . Ahora sin la frialdad de su aliento en la cocina, alborotada por el desayuno, sólo queda Bel, Angel y Patricio .Son los
tres más pequeños de edad.
Bel está aun en el curso de los estudios de
secundaria, absorbido por su esquelético cuerpo
pero con energía centelleante, reflejo sin duda de su juventud. Angel
con ya sus estudios finalizados, pero absorto en su trabajo, también dotado de
una neutralidad a lo que ocurre en su casa aplastante, tanto, que es
sordera e invisible vientecillo a todo
lo que allí dentro se habla y transcurre.
Sólo es un ser de su ser, un ser de sus amigos, intranspirable a la calidez del hogar, ser que nadie le
ejecuta alguna duda porque se sabe de los cerrojos de sus respuestas ante cualquier auxilio. Y por último, ahí
esta sentado a la derecha de Angel, Patricio: tan simple, tan inmaduro, tan ignorante,
con su vida moviéndose entre los estudios y el trabajo, cómplice de su hermano Antón.
Todos, insonoros al dolor de su madre en
esa recapitulación por el destino de su hija. Ese destino que ya tiene fijado
en su cavilar como terrible, ¿por qué? Se halla agarrada a una sordera a su esencia, margen a su carácter,
concentrada en como en la vida le habían ido y como eran los demás desde esa
superficie que ellos sólo dejaban examinar. Sus hijos no podían sacarle de la duda
en que se halla volcada y saciarle de optimismo en porvenir de Elle. Todos eran
murallas intransitables, tal vez, como ella, envueltos bajo un armazón de acero
y hielo bajo ese techo, y en lo que
pulula dentro de cada persona ¡Huraños a los sentimientos¡ Sólo el rigor de la
apariencia ¿Tendría la culpa ella? Ella, que no supo dar un abrazo cuando lo
necesitaron, sólo concentrada en su crecimiento, un crecimiento tal que ningún
viento pudiera doblarlos, sin importarles que es aquello que corría en la reconditez
de la sombra de cada uno. Ahora se sentía amargada, con una apatía sonora en
las paredes que la rodeaban, con desprecio a toda su vida pasada por como la
había dirigido. Se asoma a la ventana
¿Por qué no? ¿Qué es lo que siente Elle cuando lo hace y tapia su mirada
¿ Ella no encuentra nada, no es hallazgo de aquello que su hija siente en
contacto con la naturaleza. Esta resentida, siente esa carcoma que la ha
aplastado con el paso del tiempo por
haber vivido sólo para aquello que se halla en sus ojos, eso que muestra
nuestra mascara. Elle ante ella no la lucía, se la arranco sin saber que así
sería hija de golpes, hija de fuertes tormentas bajo el techo que dormía.
Ahora ella era una mujer adusta, estropeada
por el hilar de las estaciones, con su conciencia rezagada en su marido ¿Dónde
estaba él? No se hallaba, se había disipado lentamente con el golpe que deja
tras de si las quebradas de un matrimonio. Tal vez, porque su marido se parecía
a Elle ¡Sí , a Elle¡ Ahora que su razón se hallaba clara, era
traslúcido el serpentear de él : su tacto, su acaricia, su voz, sus
movimientos, sus manías, su forma particular de dar cariño. Todo ahora
retratado en Elle.
Para ella, el destino de su marido fue
invernal para seguir los mismos pasos. Presagio de una dura y sosa calidez que
se hallaba en el hogar. Ella le daba la espalda a todos sus propósitos, a todos
sus sueños , a todas sus palabras en cada aroma que insuflaba su temperamento :
cálido, extravagante, tierno , apasionado , callado , los cuales la sacaba de sus casillas en
tiempos pasados ¡Ella tan hermética¡, tan atada a esa soga que el amor es
simplemente una alianza que se enrosca en dos dedos y a de cumplir sus deberes ¡Deberes¡, ¡deberes¡, casi llegando a una
dictadura sin dejar respirar la conducta natural que poseemos cada uno de
nosotros .
Ahora lo invocaba, ansiaba su retorno, su
regreso al hogar como ser que sin su existencia daba un cierto aliento a vacío
¿Dónde estará? Quería saber la respuesta, quería saber de su perdón. Esto la
consumía como vela que se derrite con la llama de su escarcha entre aquellas
paredes , la fulminaba como ahogante desierto al no sentir su aroma , atisbando
así , una idolatría exaltada por él ,
tanta, que su habitación se hallaba acogida de
soledad y aridez ante su ausencia , teniéndola impregnada de sus fotos .
Fotos en las que escribía su nombre y el
de ella, fotos en la que su rúbrica era “retorna a casa amor mío “.
Horas y horas inanimadas en las que revivía
su espíritu cuando la casa se hallaba
vacía, vomitando palabras de alguna magia negra
que le habían enseñado para su regreso. Magia aprendida en el tocar de
puerta en puerta de esas oscuras y extrañas casas del pueblo. Una magia que le hacía visionar su ser en las
trampas que acomete la mente convencida, dominada de que una parte de él se
encontraba en ella, y que ella con su poder interior lo podía magnetizar para
su vuelta, como si el amor que ella sentía por el pudiera variar un río de su
curso natural para correr junto a ella. Era tal su credibilidad de que el alma
de su marido era respuesta a sus dilemas que ignoraba que era un delirio, que
era un trance por los pasillos abisales que su mente ejercía como una cárcel
sin luz a la realidad en esas prolongadas horas de encierro dimanando la figura
de él. En esos momentos donde su inercia
recaía sobre su esposo en esa alcoba
silenciosa, se arrodillaba, cerraba sus ojos, y ponía sus brazos en cruz como
especie de una oración reiterada día a
día.
-
Dime amor, amor que has descuidado la savia
que de ti corría en mi cuando eras brisa enigmática de esta casa donde mis
sentimientos brotaban junto a los tuyos como camino de tu camino, aunque tú,
¡tú¡ no lo sabias . Yo era un ser forjada con la estrategia de tu amor, que
creí eterno-de repente ella se calla porque percibe una bocanada de aire que
hace ondular suavemente las cortinas de la habitación. En ese instante siente
temblar sus brazos, su rostro es oleada de sudor, y sus exaltados ojos son
balanceados en la creencia de que él es
espíritu presente. Ella emerge entonces en una sonrisa paranoica, una sonrisa
que atraviesa los picos de la cuasi locura. Y grita, ¡grita¡- ¡Ya has llegado ¡
Dime donde te encuentras ahora . En la cama, en la silla, detrás de las cortinas,
en esa lámpara que es luz de esta oscura habitación. ¡En la puerta, tal vez,
anunciando que vas a regresar! ¡Sobre mi cuerpo¡ ¡Si¡ Sobre mi cuerpo
igual que cuando éramos uno . Te rebusco en cada hueco de estas paredes
donde no se inscribe tu nombre pero, tú gravedad, no apuntala mi duda. Dime ¡Dime
si estás aquí¡
Ella se levanta bruscamente y a toda aprisa
comienza a palpar todo lo que se halla allí dentro, incluso, a ella misma. Sus
palmas acarician todo: sus pechos, sus sábanas, las paredes, cada fotografía,
la puerta.
–
Dime si estás aquí. Dame otra señal, una que me verifique que tu ser aun
protege mis manos, de que mi esencia es parte de tus sentimientos ¡Contesta¡
Sin más el viento se calla. El silencio
es brebaje a sus deseos y ella rueda por un hemisferio descorazonado.
-¡Por qué¡ por que me haces esto a mi . Mira
como me has dejado en este túnel sin el
alba de tu sensual perfume. No siento tu olor. No siento tu tersa acaricia a
ras de mi piel. Pero yo, ¡yo¡ retorno a ti . ¡Di algo ¡ , te lo suplico.
Ante ese precipicio que siente es relevo
al llanto. Ante la desesperación que la
aturde con la necesidad aguda de sentirlo en su regazo es la nada la que se le apega, cayendo en un
pozo donde la desdicha le da sombra. Se siente sola, con los nervios
desflorando al no sentir la cristalina espuma
de su aliento. Aun así, le quedan palabras, palabras que nacen de su
corazón.
-
Sabes amor, porque no me llevaste contigo.
Aquí mis pasos son cerrados. Tus hijos ya están solucionados. Sólo Elle, ¡sólo
Elle¡, ensimismada en su mundo utópico .
Pero no te preocupes. No nos mortifiquemos por ella. Ya ellos volatilizarán su
marcha por el campo de los ensueños, moldeándola cara a cara a la vida del hoy.
Yo, sin embargo, me encuentro cansada: navío disipado de tus singladuras.
Ella ahora se calla: muda tapia donde el
pincelar de él no se halla. Sale de la habitación, de ese mundo que con una
fuerza especial la traga en un delirio desgarrador. Es hora ya de preparar la comida.
Las
horas se le pasan lentas a Elle, casi eternas, hasta estar de vuelta a casa
para el almuerzo donde las negras miradas de sus hermanos la consume más en si
misma. Desea la llegada de la cena, después de ella se puede evadir,
desapareciendo en su oscuro cuarto donde su rumbo toma una parada. Invitando a
lo imposible, reivindicando lo que aun es pacto con sus años : ¡la muerte¡ ¡La
muerte¡ Si , su helada sutil , sus palabras entre brumas, su amante , su
descanso después de estar tanto años zumbando sin alcanzar el dominio, el
sustento y la libertad en su vida . La
deseaba, la llamaba, le rezaba, deseaba ese último perfilar de su suspiro con
el eclipsar de su último sueño, ese sueño que no más era vuelos sobre pantanos. Entre tanto, Elle, perdía cada llama
de su tiempo en su escritura, en los albores de la ciudad con el cotidiano
suceder por las mismas aceras de los
anteriores días, con esos encuentros inoportunos que a veces le hacía escabullirse de entre las miradas
pero, ella, por educación, las saludaba.
Saludaba a todos esos conocidos habitantes del lugar.
Caminaba,
caminaba. Un paso de cebra ahí, en ese mismo semáforo que se paraba todos los
días y, en el, esa misma mujer añeja que
siempre se hallaba postrada al borde de la acera a la misma hora. Elle la ayuda a cruzar, eso si, donándole un saludo particular, un saludo entrañable,
ese saludo que de mirada a mirada hace repicar una sonrisa en sus adentros.
-¿Cómo
se encuentra hoy señora?- muy afable y simpática le pregunta Elle, rebuscando
si en sus profundidades existe alguna mala nota. La anciana la mira con una
carcajada suculenta que ciñe más y más
cada arruga que desfila por su piel. Empequeñeciéndose más, causa a su ya encorvada figura, castigo de las estaciones
que pasan. Que pasan dejando una huella más, un pensamiento más en nuestro ser.
- Bien, bien. Esperando que halla luz verde para poder cruzar, una
luz verde que me desquite también de la memoria
esa tristeza que me atiza. Los años, los años. La soledad, la soledad. Y
yo cada vez más diezmada para poder ser vertical igual que era antes. Antes, cuando en mi casa
existía ese jaleo de los hijos. Antes, cuando mi cama no se hallaba vacía.
Antes, cuando yo era más enérgica. Pero dejemos esas penas. Siempre te cuento lo
mismo ¿Me ayudas a cruzar?- siempre las
mismas palabras de sus topacios mustios, siempre la misma pregunta de sus llamaradas opacas, del temblor de sus
huesos. Señaliza a Elle con su bastón a donde
quería llegar. Elle muestra siempre cariño y amabilidad con ella.
- Si, mujer. Vamos.
Las dos se cogen
de la mano .Se transfieren esa calidez y desgracia que cada una carga. Se implican
mutuamente: esa soledad, esa marginación y ese derrumbe que las acosa, que las ha dejado abstraídas, consteladas,
derruidas para disfrutar del río de la vida.
Al
terminar de cruzar aquella mujer anclada en el sobrevolar como paloma corroída
se queda inmóvil, con la espera de que otro transeúnte volviera a dar unos
pasos con ella hasta la acera de enfrente. Elle la examina, siente el cimbrar
de una lástima por ella.
- Ya estamos. Ya hemos cruzado. ¿Quiere venir conmigo?- le pregunta
Elle con un risueño afectuoso, como queriendo desposeerla de ese letargo.
- No. Me quedo aquí- respondió la anciana como todos los días. Sí,
las mismas palabras–
Aquí. Donde él fue la última alborada como persona de esta tierra. Aquí, donde
su perfume salvaje es aún latente, aunque, fue desatendido por ese mal destino
que a veces se apresura. ¡No lo sientes¡ Su nuevo mundo es ahora puerta
espiritual a su plenitud. Aquí, en este último sitio que estuvo con vida. No
sientes, sus humedecidos labios en el beso de la brisa. ¡Yo si¡ Por ello, aquí
me quedo . Me quedo a la espera de que
otra caritativa mano me ayude a
desplazar mi cuerpo a través de él y ser
así fragmento de su último instante. ¡
El último fluir de su grandiosa vitalidad ¡ Son borrascas para mi el no haberla
compartido . Su final y el mío. No, no. Su final no, presiento que nuestra
unión es eterna, que nuestro amor aun es fogata que surge.
- Si. Yo también presiento su presencia al cruzar- Elle sigue sus palabras, todo lo
que ella siente. Es acaricia emotiva a su tez desgastada, abocar así, una
ilusión a esa frágil anciana en el encuentro del grato recuerdo que ya sus
largos años no mermaría con el olvido. ¡El recuerdo de aquello seres que amamos¡
Siempre emanan en cualquier momento de nuestro curso, a veces, de manera
austera pero, siempre, gloriosamente .
-
Gracias Elle. Ahora, me siento feliz. Feliz, porque siempre eres mi aliada. Otros,
de tu edad, se burlan de mi, cosa normal
en una anciana cascada como yo. Pero tú. Tú respeto, tú compresión hace un alarde hermoso de que no nos
hallamos solos. Anda, sigue tu camino.
Elle sigue su ruta por esas aceras
plúmbeas, con la bonancible raíz de la brisa ondulándole el cabello, haciendo
un recuento de las inquietudes de todos los rostros que va dejando a su paso.
Ahora se dirige al mercado, ese apartado
lugar donde los lugareños son encuentro en las primeras horas de la mañana.
Verdura fresca de las manos que tejen la tierra, fruta de esas arboledas que
conforman columnas torcidas en las extensas llanuras, pescado salido de las
entrañas de los océanos, flores conformando un arco iris. Allí hará esa pequeña
compra para llevarla a su casa por
encargo de su madre. Su madre, piensa ella: hacha mortal que cae en cada una de sus
heridas, en cada optimismo procreado de
aurora en aurora sin dejar rastro de su entereza. Sin embargo, Elle, interpreta
sus sueños como alguna travesía lejana en algún paraje donde sus manos, su
razón y su personalidad sean aceptadas.
Aceptada, sin esas espadas, sin esos grotescos aullidos del círculo que la
rodea. Y no es que ella sea divergente a la gente, ni a la sociedad. Sólo,
tiene su propia forma de ser, dictamen de haber crecido sin prejuicios en su
interior.
Elle sigue, sigue en su andar dejando tras
de si cada calle aterciopelada por la brisa como el camino del sol. ¡Esos locos¡
que de esquina en esquina , de parque en parque parecen estatuas de hielo. ¿Por
qué están ahí? Fuera de esa mordaza de un psiquiátrico, esas salas de matiz
blanco como la muerte con las almas que vagan con esas cadenas perpetuas por el
extravío de sus mentes. Tal vez, porque no son nocivos. Están tan dopados que
son sólo invisibles hojas secas. La ciudad no los teme. Sólo pasan ante ellos
con una celeridad prefijada por un poco pánico. No son dañinos bajo ese mundo de cristales rotos, donde
alucinan en sus mentes y otros no pueden llegar bajo esos efectos de las drogas que los
adormece para ser valla a cualquier transeúnte.
Elle los mira, cuando sus piernas son
presión parsimoniosa en uno de los
mejores parques que adornan la ciudad. Observa como se balancean: tan
herméticos, tan fríos, con un caminar en círculos vacíos, con un caminar en
línea recta que nos lo lleva a ninguna parte, con un caminar hacia algún
horizonte donde sus ojos son yugo de un submundo inhóspito que los arrastra a
un cariño desértico donde sólo se hallan
ellos. Posean alguna manía o algún tic
nervioso que exaspera la curiosidad de
cualquiera, que por el que dirán y el temor no se acercan a ellos .Escrupulosos
pasan ante ellos, con la percepción de cualquier acto irracional que pueda dar
lugar a un peligro, a sabiendas que son inexplorables. Mundos extraños. Lunáticos.
Diezmados para seguir el ritmo normal de la vida.
Elle pasa, pasa como vientecillo que no
desprecia a ningún ser humano, sin esos diques que otros son declinación. Elle
no barrunta un peligro. En su razón no existe un peregrinaje de malas notas. Es más, se
aproxima a uno de ellos. Allí, en el núcleo del parque, donde la densa arboleda
es vallado circular y, en su centro, suena una bella fuente.
Quiere capturar una experiencia, olisquear
las palabras que emanan de un perpetuo delirio. Palabras distorsionadas,
palabras apocadas, palabras sin significado aparente, palabras de una esfera
lejana a nosotros. Pocas y tal vez claras, pero siempre enclaustradas en una
especie de autismo que al final sólo son un laberinto árido para ella cuando se
acerca a la conversación en ese lado satinados de agujeros negros en su ser.
Ha elegido a ese, ese que forma un carrusel
de miradas. Con sus ropajes de antaño, con una corpulencia descomunal, con un
rostro de nevadas proyectando unas ojeras pronunciadas, inyectando una mirada
cerrada. Sólo existe para aquello que teje su mente.
Se arrima él, abandonando sus
contemplativos sentidos al imperio de la hojarasca en ese parque de los enamorados. Por cierto, hoy
vacío bajo el latir de los castañeros. Sólo él ocupa ese exuberante lugar, que
por la cita otoñal, se baña de una gama agreste, de una gama amarillenta, de
una gama ígnea. Triste, apagada como su penosa profundidades al observarlo en el palpitar de su locura.
Elle se aproxima. El no la siente al
principio. Sigue girando y girando en si mismo. La llovizna también es acto de presencia
pero él sigue insensible a las gotas, rotando y rotando sobre su mismo eje .Elle mira al cielo y comprende que las
plomizas nubes que han arrebatado el poder al sol se refleja en el rostro de
él, comprende que la lluvia es como si le diera más vida en esos lodazales
donde se halla.
De pronto él se detiene, presiente algo
anómalo en su entorno: cerca de él. Examina todo su derredor y sus ojillos
tímidos topan con los de Elle .La mira de arriba abajo, como algo extraño a la atmósfera que a él le envuelve.
-
Buenos días señorita – dice el con gran simpatía, con una
iluminación perceptible de felicidad y desvarío tatuada en su rostro -¿Pasea
usted por este parque ¿- le pregunta cohibido , con un tono pausado ,
somnoliento - Es extraño ver a una mujer
joven sola por aquí . En este parque solo suelen pasear gentes añejas,
enamorados enlazados en sus labios. Dígame señorita, ¿cómo se llama? Oh,
perdone, tal vez sea indiscreto, pero es que me parece algo anormal que alguien
se aproxime a mi de esa forma ¡Es usted tan guapa¡.¿Se lo había dicho alguien
alguna vez? Uy , creo que he cometido un error. Hablo, hablo y hablo sin nunca
saber lo que los demás quieren decir. Perdone señorita, pero me emociona tener
ante mi una mujer tan bella. Yo me llamo Sami. Nombre corto, ya se, pero lo
suficiente para que de un solo respiro me llamen ¡Sami¡ ¡Sami¡ Lo nota usted.
Casi no necesita aire. Disculpe señorita, pero he de seguir girando, girando y
girando para absorber todo aquello que la naturaleza nos brinda, para ser sueño
de un mañana donde las grises tonadas no
tengan cabida. Sólo yo y el sueño o, mejor dicho, mis ilusiones. Sabe
cual es señorita. Se lo diré, pero no comente nada a nadie, es un secreto. Quisiera ser ave. Si ave, para así girar y
girar en el firmamento. Ave con plumas de pétalos de rosa para así perfumar todo lo que voy dejando
tras mi vuelo: el hambre, la guerra, la injusticia. Vuelva a perdonarme
señorita, pero me tienen prohibido entablar conversación con las personas,
motivo de ello, mis desórdenes, mis pensamientos, mis deseos. Señorita, no vaya
a pensar que soy un vándalo o alguien malvado, sólo soy una carcasa giratoria,
una plomada con las personas cuando intento enseñarles mis sueños. Usted me
perdonará ¿verdad? Guárdeme otro secreto, no le diga a nadie que ha estado
hablando conmigo. Sabe lo que podría ocurrirme
¿Lo sabe? Me amarrarían con esas mordazas blancas y en esas furgonetas
que llevan un cono de luz con destellos anaranjados y sonido insoportable me
llevarían a ese lugar de cenicientas paredes, donde el silencio del viento y de
las ramas daría oscuridad a mi libertad. Buenos días señorita.
Tras sus últimas palabras continua en ese
rotar y rotar en si mismo, como si no hubiera pasado nada, como si no hubiera
hablado con ella, como si no hubiese sido una nota de su soñoliento e iluso trance. Elle sin
decir palabra, sólo una sonrisa que destella de su rostro se aleja de él, sigue
caminando por ese ondulante parque, revelada por pensamientos en su interior.
El astro rey ya daba sus gritos más altos, se halla allá,
en la cumbre de su placer. Elle lo agradece. Su fortaleza le da más intimidad
con la brisa otoñal que parece morir, con el descanso de las ramas, con el
dormir de hojarasca a ras del suelo. Se aleja del parque, ese parque que por la
hora que es ya no ambula nadie. Sólo la soledad. Sólo la quietud. Le asalta una
certidumbre, si volver a casa o perderse en las entrañas del boscaje que se
halla en las inmediaciones de la ciudad.
Se arrincona a la segundo. Quiere sentir la soledad, desquitarse aunque fuera
por unas horas del chirriar grave que habita en su casa.
Camina con celeridad. Ya el mediodía pesa y
desea estar envuelta por la sombra del boscaje hasta antes de ser acosada por
el anochecer.
Flemático es su caminar por esas sombras que dibuja la brisa ya, con la lluvia extinguida y sólo el
gorjear de las aves silvestres al son de sus pisadas. ¿A dónde quería llegar?
No lo sabía. Sólo quiere alejarse del mundanal ruido y la polución que apesta
en la ciudad, y no es que la ciudad le sea desagradable pero, a veces, siente la necesidad de perderse, de
ella y de su familia.
Va desorientada. Sus huellas nunca había
sido rastros de ese lugar. No le importa. Que más perderse en una tarde. Sabe
que el boscaje es centro y que todo su alrededor se halla poblado de casas. No
hay pérdida. Si desea dar marcha atrás
tan sólo tiene que tomar cualquier dirección.
Para ella ese lugar es un apacible vergel. Un
vergel que acariciarlo, saborearlo todos los días es prácticamente imposible.
¿Por qué? Por qué no perderse jornada
tras jornada en la inmensidad de esa vegetación, disfrutar de esa poca
naturaleza que queda por la obsesión de
la irrefrenable ciudad.
Pasan las horas. Horas y horas. El sol
comienza a decaer y la sombra da inicio a la confusión con el nocturno. Elle
padece desfallecer, se le incrusta una deriva hacía una paz interior. Se sienta
sobre una piedra pulida por el paso de las lluvias, por el paso del viento, por
el verde musgo, como si la contaminación no formara parte de ese mundo. Se examina así misma, se
encuentra algo pulisámine, algo pintorreada por las luces y sombras de su
singladura por los años de su vida. Contempla la gama de colores que va
deslizándose en el boscaje por el
envanecimiento del sol: de las ocres hojas a un tono negruzco. ¿Qué ve en su adentro? Siente su corazón
derruido de tantas lágrimas derramadas, de tantos ocasos sin la tibieza de la
espuma del amor. ¡El amor¡ Sueño perecido en el mar de las mareas rotas, sueño
que se almacena y se despliega en el eco
de esos días que unas pupilas atraviesan su pecho .
Una hoja cae sobre sus hombros,
paulatinamente, con la suavidad de su muerte, baja por su busto hasta el suelo.
La observa, como similitud a esos años idos esperando ese colibrí reflejo de su
alma, esa libertad ansiada y ahora desalentada, deshabitada de su ser.
A veces se apega a una envidia, esa de que otros son libertad y ella no.
Pero, se descalza de ella, la mantiene desnutrida en la faz de un pantano donde
ella tiene prohibido el acceso, sintiéndose bien consigo misma, en un
placentero encuentro de su alma y su yo.
El nocturno acecha, se introduce por las
rocas , por las ramas, por su cuerpo
y sabe que puede ser sables para su
retorno a casa .Se levanta. Más estimulada
, con su entereza insuflada en una nueva visión por las lianas que
tiende la vida .No se enquista al temor que pueda acosarla por andar en ese
paraje sibilino , aunque, sabe ,que en
ese boscaje han ocurrido hechos extraños dejando asolados a las gentes del
pueblo : asesinatos sin escrúpulos , violaciones. Sin más, hace memoria de uno
de sucedido pocos años atrás “
Cuentan de dos enamorados cual destino perfilaban sus respectivas familias
distintos por lo que huyeron ,adentrándose en el túnel de ese enmarañado
boscaje .Nunca más aparecieron, aunque la búsqueda fue intensa , como si
hubiesen sido tragados por la madre naturaleza”.
Elle se los imaginaba en un mundo distinto,
entrelazados con el curso de la naturaleza, en alguna cueva de las que allí existía viviendo. Durmiendo
cuando la clarea era presencia y podría prestar sospechas de su vida en ese
lugar; despiertos, cuando el nocturno se enciende y las estrellas son plaga de
la bóveda celeste para que nadie los
descubrieran.
Ya Elle erecta tras dejar esos pasajes de
su memoria duda por donde tiene que
erigir sus pasos. Piensa que se ha perdido en la inmensidad de ese boscaje aunque, sabe, que cualquier sentido que tome
la llevará hasta el pueblo. Anda. Anda, sin preocuparse, sin incorporarse a
malos presentimientos. Pasan los minutos, pasan las horas y nada del pueblo. El
cielo es ritual de las primeras estrellas. Es noche de luna, luna que eclosiona
con el ritmo ya cansado de la brisa. Ello la anima, pues si la oscuridad se
lanza sabe que la plateada iluminara con su esplendor todo camino a tomar.
Pasan las horas, el azul marino del universo se afinca. No hay luces, sólo
sombras y ruidos. El frío y la humedad comienzan a sembrarse por sus carnes. Da
todo por perdido, tanto, que cree que se pasará toda la noche en el bosque:
desamparada, desabrigada. Cuando ya tiene todo por imposible ve una luz, una
luz que deriva de entre los arbustos
cuando asciende por una clarea para intentar ver algo desde las alturas. El
boscaje no se le despega, pero esa luz es cada vez más nítida lo que la hace
crecer en esperanzas, en certidumbre .Se deja magnetizar. Menos mal que la luna
es honesta y da lumbre a sus ojos. Todo sigue igual ¿Estará cerca del pueblo?,
se pregunta. Pero no, las ramas ya han desfallecido, los arbustos son
matorrales que se han apartado. Ve una pequeña casa cubierta de hiedra y a su
alrededor un diminuto mar de árboles. No se lo piensa, ya es muy tarde y se
dirige hacia ella, quizás, puedan prestarle alguna ayuda.
Sus nudillos intentan aproximarse a la
puerta, la busca ante la madreselva que la acapara. La encuentra. La humedad la
corroe y ella muy livianamente toca. No escucha nada, sólo las voces de la
naturaleza. Espera, casi impacientemente pero tildada de que la luz que gira
bajo ese techo tiene que poseer vida dentro. Sus manos retumban ahora más
fuertes contra la puerta. Comienza a tiritar.
¡Unos pasos¡ ¡Un silencio¡ ¡Una respiración profunda¡ La puerta se abre.
Elle se estremece al ver ante ella un ser carcomido y descuidado, pero el
entumecimiento puede más. No se acobarda. Al principio sus palabras parecen
estancarse ante la mirada rígida de él, esos ojos nublados, ese frágil cuerpo.
Pero después de un suspiro es volcán en erupción expulsando todo lo que posee
retenido en sus pensamientos.
- Buenas noches señor. Perdone que le moleste y más aun a estas
horas. Me he perdido en este laberinto de arboledas y no se el camino de vuelta
al pueblo. ¿Podría usted ser tan amable de indicarme la dirección que he te
tomar? Supongo que viviendo en esta zona usted debe saber.
El no deja de examinar sus ojos, su cuerpo, su belleza.
¡Tanto tiempo sin ver un ser humano ¡ Su corazón parece hervir ,su deseo carnal
se levanta y sus ansias parecen estallar , pero se encomienda a la calma, a la
paciencia . Le gotea ahora un mañana más claro ante la turbiedad y la desazón
que lo atrapaba. Un sudor caliente le aprieta. Se excita ante Elle. Tras un
intervalo de silencio entre los dos como buscando una respuesta que jamás se va
a hallar él le habla: pausado, sereno, confiado, sabiendo que no puede dejarla
huir. ¡Tantos años de soledad ¡
- Buenas noches joven. Le rogaría a usted que pasara.
Aquí fuera el frío de la noche embestirá sus huesos. Se va a quedar helada.
Venga pase, pase.
Elle no sabe que hacer, su voz la magnetiza. Pasa bajo
ese techo.
- Usted, joven, me ha preguntado por el pueblo. Puedo hacerle una
pregunta.
- Si –
contesta cabizbaja ella.
- ¿Qué hace usted a estas horas por aquí?
- Daba un paseo. Un paseo sin atender al tiempo y por ello me he perdido.
- Perdida. Si , le podría indicar donde esta el pueblo. Como usted
sabe, no es dificultoso llegar pues este boscaje maravilloso se encuentra
rodeado por el. Pero , aunque lo rodee, los kilómetros para llegar hasta él son
muchos y en la noche puede ser peligroso , hay muchos locos y desalmados
sueltos dispuestos arrebatar nuestra respiración, nuestros sueños , nuestros
caminos con un solo soplo súbito , un
soplo que nos podría hacer sangrar para toda la vida si nos no envía a la tumba . Tal vez sería
mejor…
- Que, ¿qué sería mejor? – Elle anda media despistada recolectando cada hueco de
esa casa.
- Ir a la tumba. Sabe lo que es estar toda la vida intentando
supurar una grave herida. Así, como preso del quejido de tu mente.
Elle noto algo extraño en sus pupilas, un
brillo que antes no lo tenía, un mutismo que le llamaba la atención como si la
imantara. No puede desposeerse de su mirada, es como si en ellos reservara
parte de su juventud, parte de sus
vivencias.
- Creo que debería irme ya.
- ¿Irse ya ¿ Yo recomendaría que no , ya le he explicado lo que
podría pasarle .
- Entiendo. ¿Qué puedo hacer
entonces?
- Podría pasar la noche aquí joven
sin ningún problema.
Pase. Pase.
Elle
de nuevo se integro en la forma la casa, no se había dado cuenta pero estaba ornada de antigüedades además de
un aroma particular: fuerte, dulzón. Ella no entendía mucho de esos objetos tan exóticos, extravagantes,
atrayentes, pero le daba la impresión de estar haciendo un viaje en el pasado. Muebles
del siglo XVII; del siglo XVIII; de la edad media, incluso, como sus ojos
habían ojeado en fotografía de revistas, cerámicas griegas, fenicias. ¿Cómo interpretarlo? ¿Como descifrar
la vida de ese hombre? No quiere parecer ante la amabilidad de él un ser vulgo,
una criatura de estos días que sólo sabe
de lo que ve a través de sus
narices: una tele, una radio, un lavaplatos, una aspiradora, un ordenador, un
escaparate .Elle vuelve a las últimas palabras de él: la invitación. No sabe
que contestar. Se siente atraída por su voz, por su mirada, por esas reliquias
que orlan la casa. Accede. Desea abarcar más de él.
- No sienta miedo joven. En esta casa hay habitaciones libres donde
usted podrá descansar. Por cierto, antes de continuar. Mi nombre es Hule ¿Cómo
se llama usted?
- Elle señor.
- Bueno Elle. Creo que
deberíamos titubearnos ya que esta noche la pasaremos bajo el mismo
techo.
Por unos instante el se queda pensativo,
anclado en otro hemisferio meditando lo siguiente que va decir. Elle, sin
embargo, era guiada por la mudez de sus pensamientos, no sabe que decir ante una persona para ella tan culta. Sus
movimientos, su tono, su postura, su casa. El se levanta de donde se
encontraba y se acerca a un aparato de
música, de repente suena un clavicordio de los discos añejos que posee y vuelve
de nuevo a su posición.
- Por su silencio percibo que ha aceptado la invitación. No tema. No
poseo malas intenciones .Sólo notará la humedad que corrompe esta casa. Sólo
notará un hombre que en sus años de existencia a vivido alejado del bullir de
la vida. Espero que le guste esta música. Tal vez, no cumpla con los tiempos de
ahora pero resulta exquisito el arte del ayer.
¿No crees? No nota en las modas impuestas hoy en día algo superficial.
Son como avalanchas que arrasan con todo
lo que encuentren a su paso hasta quedar en el
olvido cuando otra se acerca. Lo curioso es que la mayoría la sigue.
¿Acaso tenemos personalidad? Somos muy
vulnerables, no nos dejamos llevar por nuestra naturaleza, por nuestros
instintos, por nuestros gustos sino
somos como títeres .No todos. No todos Elle.
¿Qué opina usted?
Elle
se siente confundida, es como si algunos de los pensamientos de ella él los
hubiera leído. ¡Qué decir¡ Prefiere
callar y dejar que su romántica voz continúe. Cada minuto que pasa siente que
su gravedad se deja bañar por la de él: sus manos, su piel. La va invadiendo un
deseo, un deseo no sentido hasta antes. Se extraña de si misma ante la
querencia de su cuerpo.
-
Me gusta su silencio. Aunque he de decirle que el silencio es lo que me ha
abrazado en los años de mi vida. Sólo un leve recuerdo, de mi madre. Ya ella no
está como comprenderá, se extinguió cuando yo
era lo bastante maduro para seguir sólo
para ir complementando esta tradición. Usted me mira, tal vez, le
asusten mis palabras. Es un poco rara mi vida.
¡Mi vida¡ Siempre bajo este techo , careciendo de todo lo que afuera
surca, aviva , arde .¿Por qué se preguntará? Mi familia ha sido como esos
árboles milenarios, en cada anillo conservan algo de su pasado. Conservar el
linaje, conservar la sangre, conservar nuestras pertenencias, conservar nuestra
historia. Y la mejor manera ha sido así, estar enclaustrado en estas paredes,
censurando lo que corre en el exterior. Esperando que alguien aparezca, esperando la luna
llena para que el nuevo heredero de todo
este mundo particular sea varón.
Elle
no sale de su asombro. Su historia parece una barbarie, pero este pensamiento
se da a la fuga con la excitación que le
produce. Sólo se le ocurre decir -
¿Tantos años sólo?
- Si. Le parecerá inverosímil, incluso, cruel que una mujer
a su hijo lo halla mantenido al margen de lo que transcurre en la vida
cotidiana. No crea que yo pretendo hacer lo mismo .No. Si tuviera un hijo, es
natural que yo quiera que se quede con todo, pero lo dejaría volar. Volar donde
la sociedad lo hiciera escalar como persona. Sabe, estoy cansado. Día tras día
los anhelos me desintegran y siento hacer añicos mi espíritu como ser
humano ante la imposibilidad de abrir
esa puerta y respirar ; respirar los latidos del sol ; respirar del aroma que
emana de los hombres ; ver el mar ; acariciar una mano ; hablar con alguien ;
dar un paseo por este bosque ; saber de
la luna ; aprender del mundo . La imagen que tengo de todo ello se ha ido degenerando año tras año sólo, los
cuentos y las narraciones de mi madre.
Si, ¡si ¡ de cómo tenía que levantarse
temprano para ir en busca de pan caliente . Le parecerá estúpido, pero son cosas pequeñas que a mi me
hubiera gustado disfrutar. Es como si la estuviera viendo en estos momentos, su
ser es intocable e imborrable con el transcurso del tiempo.
- Si, le entiendo –
Elle siente una gran lástima por él. Un hombre que sólo ha sido por las
paredes de esa casa, como si estuviera
enterrado vivo. Nota que en sus ojos comienza a delatarse una turbidez, como si
se estuviera ahogando.
- Creo que ya es demasiado tarde. Tú
mañana tienes que volver al pueblo. Debería descansar un poco.
Ante esas palabras Elle se siente algo
decepcionada, quiere seguir escuchándolo, pero observa en él un agotamiento. Un
agotamiento que seguro que está acoplado
a esa ardua vida.
Los dos se levantan al unísono. Ascienden
por una escalera donde las termitas
parecen vibrar en placer. Arriba existen varias puertas, todas ellas
cerradas con tela de arañas decorándolas.
El abre una de ellas. Elle se queda anonadada
al ser tan pulcra y hermosa.
- Aquí pasarás la noche. Fue la habitación de mi madre .Como se
puede fijar esta intacta y bien cuidada. Espero que tenga buen
descanso.
Intacta
y reconfortable, como si no se hubiese tocado a lo largo de los años,
como si al polvo y la humedad le
hubiesen prohibido allí dentro asentarse: atmósfera intangible a las huellas
del tiempo .
Elle entro, él tras su paso bajo
ese bastidor se va cerrando la puerta delicadamente. Aunque no era
su habitación se encontraba a gusto ,con ganas de rastrear todo lo que interior
estaba aletargado, sin embargo , no se atrevió , no quiso hacer uso de la
confianza que le había dado Hule , lo consideraba como una falta de respeto a
la buena voluntad de él . Tan sólo se queda con la sencillez de la habitación:
una mesa de noche, una cama forjada en hierro, un comodín, un armario y un espejo de cuerpo entero. Se desnudo; se
recostó a lo largo de esa cama dejándose
atar en los países de los sueños y cuando la noche hizo diana en su profundidad
y la luna ya era desertora de la ventana
despertó con un agudo escalofrío en sus carnes. Una pesadilla. Sin
entender la razón se veía obligada ir al cementerio diariamente a llevar rosas
carmesí. Era su propia tumba. Su madre había erigido una fosa en la que reposaba una lápida con el nombre de ella como signo a su
personalidad. Elle la sobrevolaba entre llantos y dolor, arrodilla en ese camposanto,
comprendiendo el eclipsar de todos sus sueños, comprendiendo que era rea.
Rea de las tempestades que una y otra
vez le injuriaban.
Se durmió otra vez, la música que albergaba
aquella casa la relajaba, cavilando lo que podría estar haciendo en esos momentos
él ¿Por qué a esas horas tan cúspide de la madrugada el cimbrar de la música,
la misma música? Se hacía un ligero boceto de él, solapado en un sillón a la luz de una lamparilla:
leyendo, escribiendo alguna cosa, pasando horas
y horas, esas horas que no más son copia de las anteriores.
Elle
se levanto al alba, esa alba entre broncíneo y violeta cuando la bruma era ya
entrada de la decadencia. Como ritual de todos sus despertares se dirigió a la
ventana. Una gran ventana que daba acopio de toda esa potencia esplendorosa del
boscaje. Inspiro de ese dimanar de la brisa cuando el crepúsculo es llamarada
mezclada con ese paraíso. Se vistió y
bajo las escaleras encontrándose a Hule
en la misma silla cuando la noche ulterior era llama de su labia.
Parecía dormido por lo que no quiso
molestarlo. Sólo le dejo una nota “ VOLVERÉ”.
Abre
la puerta y se larga, algo mortificada por no haber donado unas palabras
de agradecimiento, ya volvería, pensaba ella. Descendió lo que supuso que había
subido en la noche. El ambiente era
fresco, rejuvenecido, con más efervescencia
por él primor de las primeras tonadas de las aves. Pronto alcanzó aquella senda que se había ofuscado en el anochecer, reanudando así su camino al
pueblo. Iba a marcha forzada, con una quimera arrumbando sus sienes sobre lo que le aguardaba al llegar a su casa. En un abrir y cerrar
llego a esa miniciudad, aligerando más su zancada para más prontamente llegar aquel cobijo donde por seguro su familia estaría
enfurecida.
Abrió
la puerta suavemente pero, tan chiquito fue su ruido como tan gigantesco las fauces de su madre. La estaba esperando
desesperadamente tras la puerta. Su chillido era sobrecogedor: terremoto
arrasando toda su entereza.
- ¿De donde vienes a estas horas? – como témpano de hielo le gritó.
- Estoy harta de tus locuras.
Acaso , es que quieres matarme con
disgustos ¡No lo vas a lograr¡ sabes .
No lo vas a lograr, antes te encierro en algún sitio que eduquen personas como tú. Dime, Dime,..-
su voz escalaba más y más
en una borrasca estremecedora – Dime, ¿Dónde estuviste a noche ¿- de
repente una sonrisa cínica se desprende de su rostro, el odio que
desprende es mortal – Me da que ahora te da por ser puta . O mejor, has
estado por ahí como los vagabundos, comiendo de la basura. ¡Has destrozado mi
vida ¡ Que dirán , que dirán . No digas nada, tus mentiras de serpiente han
terminado.
Elle se siente indefensa, posee unas agudas
ganas de derramar lágrimas que se le atragantan. Su sangre se asemeja a río desbordándose, los calores
trepan por todo su cuerpo pero, no puede hablar. Se siente caer por unos riscos de piedra afilada aruñando toda su piel, toda su esencia. Su
excusa sería inteligible para esa mujer
mordida por un tifón, una mujer que arruina su razón de ser. Quisiera decir
algo pero es inútil luchar con muro que
sólo escupe clavos, pero es imposible
luchar con ese descomunal ataque de ira.
- Me avergüenzas, a mí y a tus hermanos. Menos mal que se han ido así no tienen que
verte. ¡Ver un parásito como tú¡ Anoche
estuvimos a punto de llamar a la policía . Si, a la policía. ¡Qué dirán los vecinos¡ ¡ Qué dirán nuestros
amigos. ¡Todos ellos con sus vidas derechas y la tuya retorcida como vela que
se derrite. ¿ Por qué no puedes ser
como las demás hijas? Sus casas, sus
hijos, sus trabajos. Tú no. ¡Tú no¡
La madre con un impulso ayudada por su desenfreno
endemoniado la abofetea con un asco hacía ella anormal. Ha perdido todo ese
control, ese control que nos hace humanos. De la cólera torna a la risa, de la risa a la cólera.
- Ja, ja. Libre como los pájaros.
Siempre serás una desgraciada. Por qué no te miras al espejo para que
veas la monstruosidad que se fija en tu cuerpo. Desaparece por favor,
desaparece ya de mi vista.
Cristales rotos resuenan en las sienes de
Elle y la quema que siente sus entrañas
se deshacen, se deshacen en un grito.
- Si, me voy.
- ¿Irte ¿ ¿A dónde vas miserable ¿
La madre tira del brazo de ella y, con una
fuerza de puñal, la arrastra hasta su habitación. Sigue
esbozando sus chillidos, su desprecio hacia Elle, como si Elle fuera mala hierba que ahí que degollar.
- Métete ahí dentro. Y no salgas. Tú no destruyes más mi vida.
Con un portazo cierra la habitación. Elle parece aridez en su cama extendida, siente
una pesadumbre removida por los remordimientos
que tira de ella languideciéndola, ahogándola sobre sus propias sábanas.
Sólo discurre por una cuerda floja de espinos en su superficie. Le invade una
renuncia a su familia. Le queda un único
pensamiento: desaparecer, pero, ¿cómo? Sus bolsillos andan desnudos. ¿Pedir auxilio a Hule? El es un pasadizo casi ilegible, una vida
totalmente distanciada del rumbo de los demás, una vida inaudita. ¿Pedir
empleo? Pero, ¿ como? Solo candados.
Además siendo como es su persona, necesita de algo que con su esfuerzo sea
factible para estar bien consigo misma.
¡Cae¡ ¡cae ¡ Le azota una mar de
aguas sucias . ¿Cómo eliminarlas? ¿Cómo
salir adelante? Romper con todo con un
profundo letargo, un sueño
silencioso donde la visita de alguna
pesadilla no la ciña en un sudor frío. Se arropa porque siente que su habitación está pintada de
escarcha. Cierra los ojos escuchando así el rumor escalofriante que expulsa su
madre bajo ese techo. Siente la llegada de sus hermanos y la madre no más que hace transmitir palabras groseras e infecundas.
Ellos la ignoran, normal cuando el quejido
se hace costumbre, por ello, Elle se introduce en la calma . Se deja tocar en el regazo de un sueño, un sueño entre
nubes, nubes a ras del mar donde ella es
reflejo de el: pacífica, donde condesciende con el vaivén de la marea. Es parte
del océano, de sus profundidades. Allí encuentra la mano amiga, aquella que la
levanta, aquella que asesina todo el gélido caparazón apoderado de su alma. Su
imagen no es nítida, sólo una sombra suspendida sobre su cuerpo.
La
puerta de la habitación se abre, es la madre que pasa bajo su oscuridad. Se
acerca a ese cuerpo extasiado de tanta angustia. Le acaricia el cabello y de
ella se desprende unas palabras de amor.
- Vamos Elle. Venga mi hija. Despierta.
Elle no responde, odia ese cambio de humor:
de la agresividad desmesurada a la pasividad.
- Despierta. Despierta. Debes de comer algo. Perdona por todo lo que
te digo. No se, no se lo que me ocurre pero, a veces, no puedo controlarme.
Siempre lo mismo, se dice Elle para sus
adentros: de la violencia fatal al sosiego. Su dualidad se halla
desvariada . Elle, a razón de ello, del
odio es puente que se alarga al enojo;
del enojo salta al perdón; del perdón revela sus pupilas a su madre a pesar del poderoso rencor y el deseo ansioso de no palparla ante sus llamaradas.
Y Elle se alza
con unas palabras de contrariedad.
- Deja ya de rogar. Ya me he olvidado de todo.
- Sabes hija. Deseo tanto tu bienestar. Un futuro próspero y
positivo para ti…
- No te preocupes, ya encontraré un trabajo. Verás que todo sale
bien. Ten paciencia.
Elle se toma el desayuno aunque no tiene hambre, pero es sumisa a todo lo que su madre maniobra.
- Sobre ese tema he estado hablando estos días. Y sabes, hay una
señora que precisa de cuidados. Su mente se anda degenerando. Me han dicho que paga bien. Cuando me lo
dijeron pensé en ti. Tu suavidad, tu
tranquilidad, tu forma de hablar. Te nombré y describí de tal manera que la familia acepto .Tú vas a
darle una especie de clase, es decir, como si fueras una profesora. Una maestra
que le ayude a recordar todo cuanto va
dejando en el olvido y reforzar así su
mente. Supongo que estás de acuerdo. Tus hermanos están contentos. Es más, hoy
mismo podrías ir a la casa. A ella la cuida una enfermera pero en esos ratos cuando se queda sola necesita de
alguien que la cuide , en el sentido de la lectura , dibujo o cualquier otra actividad para ya su vago
cerebro .
El
entusiasmo de la madre hace amarras en Elle, se siente indiferente
de que su madre le haya encontrado un empleo, no lo toma con
importancia, sólo asume.
- - Déjame sola. He de vestirme – es la única contestación que mana de
sus labios. La madre la deja, se va de su cuarto con una derrota entre sus hombros, los
tambores de su desequilibrio resuenan en su mente ante la expresión neutral que se esbozaba en
el rostro de Elle.
Por la cabeza de Elle pasa la imagen de
Hule en ese instante que su madre
abandona la habitación.¿Qué habrá pensado él de ella ¿ , dejarlo así, sin decir
una palabra . Volvería, se afirmaba
cuando el trato de ese trabajo entrara en vigor.
Mientras, Hule, había despertado hallando la
nota sobre su pecho. Ante ella concebía
una ilusión sobre ella. Seguro que retornaría hacerle una visita, tal
vez corta, tal vez larga pero ver de
nuevo sus radiantes ojos le hacía retozar en una pequeña alegría. Que pena, se
decía él, el estar tan desmejorado con el paso de los años. Entretanto, ¿qué
haría? No más con las 50 estaciones solapadas a su espalda recrearse en su
pequeño invernadero: tarea fascinante con esas horas y horas bajo el calor que
ahí se hacina a ras de su piel.
Elle con nuevas expectativas camina bajo el cúmulo oscuro de las
nubes que parecen desunirse con la
invasión del viento en dirección a la
casa de la señora que le había indicado
su madre. Las calles se hallan
desliando del crepúsculo, amainando así la primeras tonadas de las aves .
Pronto llega al lugar determinado. Cuando intenta tocar súbitamente se abre la
puerta y bajo su umbral aparece una
mujer que por las vestimentas que llevaba imagina que se trataba de la
enfermera.
- Buenos días ¿Qué desea
usted?- le pregunto una mujer joven uniformada
- He venido por lo de las
clases de la señora- contesto Elle
- Ah, eres tú. Pues con ella te dejo. Yo ya me voy. Volveré al mediodía.
Pasa, pasa. Ella está en el salón sentada. Te esperaba – tras pronunciar estas palabras con un
cierto enojo se va dejando a Elle en la
entrada. Elle pasa, cerrando la puerta tras de si.
La
timidez la asalta porque ella misma ha
de presentarse ante la señora pero como
arrastrada por el silencio que se corre en esa casa se dirige al salón por intuición. Menos mal
que él salón se hallaba en la entrada
por lo que vio enseguida a la anciana. Ahí se encontraba, con un
periódico que se notaba que era de días pasados
por el amarillento de sus hojas
entre sus manos de cristal y, sobre sus muslos, una manta. Elle lentamente se
acercó a ella casi sin insuflar ningún ruido
para no sobresaltarla. La anciana se percato de ello, de inmediato dijo en voz baja sin dejar de mirar el
periódico:
- Buenos días Elle. Elle creo que te llamabas. Si no estoy en lo
cierto por favor corrígeme.
- Buenos días –
Elle enseguida se dio cuenta de que su memoria no era tan corta.
- Se tú nombre porque me lo ha dicho la enfermera antes de irse. Se
a que has venido. Siéntate mujer. Siéntate aquí, delante de mí. Mis ojos no gozan ya de esa
claridad de imágenes del pasado, ahora
poseo como un telón de agua turbia que
se antepone a todo lo que miro.
Elle obedece a la señora, se posa ante
ella sin interceptar su mirada.
Esta la observa de arriba a bajo.
- Ahora te veo bien. Tienes pinta de buena persona. Una perfecta
soñadora ¿Me equivoco?
- No. No se equivoca pero
entre la realidad y los sueños somos frontera en nuestro andar.
- Bien bello es estar entre las dos, cuando uno te atosiga saltas de
campo. Bueno, a lo que vamos. A mi no me
vengas con clases estúpidas. Sólo te necesito por si yo quiero dar un paseo. De
lo que te han dicho que tienes que
hacer soy yo la que dicto. Como no, pues
esta casa es mía y yo doy las órdenes. Como no, pues este cuerpo es mío y el dirige mis ánimos.
- Si señora -Elle a cada frase
asiente.
- Unas de las cosas que detesto es que me hagan la pelota. Se
natural. Me refiero a que da nauseas que seas simpática conmigo y después, tras
la puerta, seas otra cosa más bien distinta. Por cierto, y esto es muy
importante, no me hagas soborno, ya mi testamento esta elaborado y en el hay
escrito que cuando mi memoria sea ápice de la nada ningún cambio será admitido . Como puedes ver la enfermedad no me
agasajado por completo. De ello me alegro, así veo y siento quien me
guiará en el mañana. Pero, antes de
seguir, contéstame a esta pregunta ¿Está
dando hoy el viento la lata?
- ¿El viento señora?
- Si Elle. El viento.
- No. Hoy el viento parece aun dormir, se ha apaciguado. Será porque
el otoño ya comienza a arreciar para dar
la bienvenida al invierno.
La anciana al sentir la palabra
invierno entra en una nave de nostalgia
perdiendo su mirada en otro lugar fuera del alcance de Elle.
- Adoro el invierno, ese manto blanco sobre este pueblo. Ay. Muy
bien Elle, así podemos pasear. Te digo una cosa ¡El viento convoca la voces de
los muertos ¡ Las temo tanto .
- Si –
Elle no tiene otra palabra que responder. ¿Qué contestar a la extraña sensación
de la anciana ¿ Únicamente le queda
seguirle la corriente ,intentar por
todos los medios no perder su trabajo .
- Pues como el viento calla vamos a dar un paseo. Sabes joven, ya
estos huesos míos están oxidados y la mejor medicina creo que es andar.
La anciana se erecto, dejando la manta que
le daba calor a un lado. Se acercó a Elle ofreciéndole su mano y las dos manos
se anudaron dispuestas salir.
- Vamos Elle.
Elle andaba como perdida, no sabía al
principio por donde tomar camino, pero esto no fue un gran problema porque de inmediato la anciana piso la calle
comenzó a caminar. Ella por delante, apresurada y, Elle, detrás, dejando que la
anciana le tirara del brazo. La duda entonces se inmiscuyo en su mente ¿A donde ira? Es como si ese camino se lo
hiciese diariamente y ya supiera donde
iba a parar. Y así fue, tras media hora caminando bajo el traje gris de las nubes llegaron al cementerio del pueblo. Bajo la sombra de las verjas la
anciana se paró en seco para decir unas
palabras antes de entrar.
- Bueno Elle. Nos encontramos en mi lugar
favorito por ello te dije si hoy el viento azuzaba. No se lo que pasa
pero el viento es precursor de los
difuntos. Cuando el nos invade siento también el acecho de ellos. Y no es que
me atemorice pero mi marido y uno de
mis hijos están entre ellos. Sabes Elle, me atosigan, desean que este junto a
ellos en este campo de mármol y flores
malolientes.
-Sí
señora.
- ¡Elle , no grites que andan
por todos sitios¡ Nos escuchan. Lo que tengas
que decir susúrramelo al oído.
Así, como hago yo.
- Si señora –
le contesto Elle en voz baja al oído. En Elle existe una propulsión a la risa,
pero intenta contenerse. Esta mujer le
hace cosquillas en sus sentimientos.
- Vamos Elle. Entremos. No digas nada. No quiero que se enteren de
que alguien me acompaña. Te diré que mi marido
es muy huraño y celoso, si te presiente se va abalanzar contra nosotras.
Te insultará. Ya a muchas las ha asustado. Pero tú, no seas boba. El debajo
de la tierra no puede salir. Aunque, no se, no se , su egoísmo era tal: tan gigantesco , que no dejaba pisar
por donde él no había pasado . Y así me tiene
siempre en soledad. Quiere llevarme a su tumba. Pero no. No lo
conseguirá. ¡Qué los gusanos se nutran bien de sus carnes y de su endiablado ser en los infiernos ¡
El viento comienza a dar anuncio de su llegada,
una llegada temprana y vandálica para
esa mujer de años avanzados. Las nubes
se desmigajan dejando paso a un firmamento celeste. La anciana al percatarse
de ello dio prisa a Elle.
- Vamos, vamos. Tenemos que visitar su tumba. El viento es terrible
látigo que se aproxima y, con él, el eco
insoportable de los que duermen bajo esta húmeda tierra.
Cuando llegaron al lugar donde el difunto descansa la anciana se arrodilla y besa su
tumba como si él estuviera de cuerpo presente, luego, se yertó y le dijo a Elle
-
Hay que besarla siempre. Sabes, el piensa que tengo un amante y así le doy confianza de que mi amor vagará perpetuamente por él.
Siempre ha sido un celoso y un
maldecido. Vamos hija. Vamos que el viento ya se agarra a esta tierra del
inframundo y seguro que nos querrán
arrastrar junto a ellos.
Elle no contesto nada, su mirada estática
sólo se mecía al son de los movimientos de la anciana. La anciana acelerada
quería salir ahora del cementerio, como una huida. Elle ni se inmuta, acata
todo su ritmo, cualquiera diría que aun no se estaba eclipsando con esa gran
vitalidad. Sólo le da cierto respeto esos cipreses plagados por todo el cementerio, parecían
lanzas verdes que anhelan derrotar todos los sueños, esos sueños que como pellizco a veces se le aproxima y
Elle quiere censurarlos de sus pensamientos.
- Venga que ya estamos casi fuera – repetía una y otra vez la anciana.
Elle estaba ahora como alejada, como descompuesta, una tristeza la inundaba deshojándola como las alas de
mariposa. Huele que todas sus añoranzas se hallan putrefactas al dejar sus
huellas por esa superficie de mortajas, de estatuas sin nombre.
- No sientes hija. Ya empiezan a dar la tabarra. Mira Elle. Mira
que son pesados, viven su vida como han querido y ahora no dejan descansar a
los que todavía les quedan un camino por seguir .Mi marido no más que es
un aroma de la penumbra junto a ellos.
Un ahorro por aquí, un ahorro por allá. No ayudes a nadie. Tanto trabajar y trabajar para irse al agujero como un
miserable, un rata diría más bien. Y yo ahora tan feliz. Si tú supieras el
martirio que me dejaba pasar. Si tú
supieras... Tenía dos máscaras: una de machete para mi y una de payaso para los demás. Bueno, menos mal que hemos
llegado a la salida. Uf, que alivio.
A la anciana el sudor era riachuelos bañando su frente. Elle cogió
un pañuelo de su bolso y muy suavemente la seco: con suma fragilidad, como si acariciara una pluma.
- Gracias Elle –
dijo melosamente a Elle pasándole sus delicados dedos por la mejilla, tras
ello, se viro escupiendo en la puerta del cementerio. Elle la observa
tiernamente.
- -¿Sabes hija? –
levanto la cabeza hasta tocar con sus ojos
la bóveda celeste.
- Si –
musito Elle
- ¡Que se pudra ¡ Vámonos ya .
Y
de nuevo con esa marcha vigorosa tirando
de Elle la anciana se puso en camino. Elle atina a donde va por lo repetido de las calles, como si la
misma escena entrara otra vez en acción.
Cuando Elle hubo dejado a la señora en su
casa continúo su ruta, su destino. Ese
vaivén por unas horas en la travesía por las callejuelas hasta topar por ese camino que la emborracharía de manera benévola por
el elixir del boscaje.
El
frío es cortante, es navaja que resbala por la tez de Elle , significando, que ya se dejaba entrever
los primeros relámpagos del invierno. El viento pesa, ¡se ha vestido tan denso¡ Eximiendo así por completo las nubes que
quedaban . Los arroyos abundan, arroyos donde su rostro no
se refleja por el centellear aun de esa bola de fuego que coexiste con la
tierra.
Elle
mientras teje sus pasos, sus pensamientos se mezclan entre la paz de su
interior y los de Hule. Hule mientras es lectura de agujereados libros también tambalea en las aventuras que ellos
narran y en Elle. Ella, con algo de
detrimento en lo que acontecerá cuando
lo halle, cuando lo halle allí, en esa casa descolgada de toda civilización,
cegado por ese carril de tristezas por
donde pasa su ala. Él mortificado a sabiendas de una vida divergente a cualquier otra: esa congoja que nos apresa
en un retraimiento bajo un círculo glacial. ¿Regresaría ella? En un haz intuitivo le daba positivo, lo presentía. Presentía su
cuerpo adosado al de Elle, presentía el arrojo de su vida por un viraje de su
rumbo, un rumbo hacia aguas más mansas, donde la colonización del amor fuera belleza gobernando su vida. ¡El
amor¡ Frontera aunque halla ortigas en
su ancho hay que abordarla para ganar la felicidad y ese bienestar consigo
mismo .
Elle
ante los rompeolas de la duda sigue.
¿Resultará bien retozar en esa vida subterránea?, se pregunta una y otra vez. Por qué no. Con una vista
atrás construye un perfil de sus aventuras amorosas, de amigos, y todo ha resultado ser un fracaso: la pureza no era
magnificencia de esas miradas, esas
miradas que te rehúyen demostrando la
opacidad del abrazo más sincero. Todas habían sido errores que no más que fueron engrandecimiento para
la potencialidad de su carácter. Ahora, más segura, más aplanada ante algún
evento que se remueve en la cólera. Ahora ,
más falsa ante esos extraños en su vida
pero , sin embargo , en lo más íntimo , conservaba sus vivencias
secretas : su yo , ese cosmos que pocos pueden burlar si no muestran su lado
natural , si no se muestran así mismos .
En
la corpulencia de la senda que daba la casa de Hule el azahar salvaje
dotaba de esplendor ese paraje, el follaje cincelaba las facciones de Elle
recubriéndolas de un brillo sobrenatural. El acallar de las aves hacía más
intenso el aroma, sólo , el sinuoso tintineo
de un hilo de agua y la hojarasca crujiente a su paso apagaba la
fragancia de esos naranjeros silvestres . Ellos, esas bellezas de la madre
tierra perecerían con la llegada de las nevadas, así mismo
como el pueblo sería silencio en
sus calles. Jornadas más cortas pero más cálidas en la fortaleza del hogar.
Al llegar a casa de Hule se hallo con la puerta entreabierta. ¿Qué hacer? Pasar o no. Mejor sería tocar o
esperar la aparición de él. Elle se
afinca en la primera idea como aquella
primera vez en la noche pasada .La
espera no fue por mucho tiempo. El
apareció ante ella con otra tonalidad en
sus ojos, sus dos estrellas azules eran como un halo ofreciendo calor a
Elle. Está más arreglado aunque su
vestimenta es de antaño, tal vez, ni de
él sino de sus antecesores. Invita a Elle a pasar y ella con una gran elocuencia de pasión
desata su opresión y lo abraza ¿Qué
hacer?, se pregunta él. Nunca había tenido tan cerca de su piel a otro ser
humano, tan sólo, el leve recuerdo de su madre. Se siente torpe. Se siente
inexperto, con un enrojecimiento de pies a cabeza, con un estremecimiento
inherente a lo que había sentido o imaginado en los años de su vida. Para él,
es una situación trascendental, una situación intangible remontando los
días que había dejado a lo largo de los
años. Sus candiles, ya lejanos de ser tundra de tierras lejanas se
revolvían en lágrimas. La emoción es tan titánica y necesita tanto calor. Sí, mucho calor a igual que Elle.
Que
más da derramar lágrimas, descomponerse en ese mundo donde somos vuelo fugaz del rocío de la
melancolía que nos acosa. Que más derramar
lágrimas como trinar funerario de una
despedida, despedida a esa desolación que nos embriaga.
De las lágrimas al deseo; del deseo al
abrazo; del abrazo a los labios; de los labios a la lengua y de ahí una mirada que vaga sin ruta, sólo,
el ardiente epicentro de dos corazones. Cuerpo a cuerpo. Sexo a sexo . Volcar por el polvoriento suelo de piedra
deshabitando de sus cuerpos la ropa.
Roce de piel con piel como aire que
acaricia dos rosas rojas que se aman, como dos pardelas en la caída libre en el océano ¡Sí¡, ahora eran un océano degradando todo
aquel rumor que pudiera surgir de su amor que de bien seguro que estallaría con
el paso de los crepúsculos en que los dos sería
parte de uno ¡ Sí¡ , ahora serían sobrevivientes del exilio engendrado
mutuamente al compás de sus corazones .
Fin
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