martes, diciembre 12, 2017

Caminaba

Caminaba despacito, con la lindeza de una lluvia otoñal que traería las nevadas en la cumbre.  Dejaba de sus bolsillos caer piedrecitas y papelillos arrugados que eran huella del ayer.  Piedrecitas para no perderse, papelillos para que la mala memoria no lo dejará hermético, estático ante algún suceso del hoy.  Continuaba con su camino lento y lo perfecto de blancos copos hacia la cima. No le importaba el frío, ni la helada nocturna que vendría sobre sus añejos huesos, ella seguía, sola, con sus piedrecitas y papelillos. Versos y recuerdos abandonados en una senda donde todo era olvido, hasta ella. Ella desplazaba de su mente mientras avanzaba todo su pasado. Sus largas melenas de tono cano la tomaban de la mano, a igual que sus arrugas, a igual que sus años. No tenía sensación de agotamiento pero cierta pena se adhería a sus espaldas. Ingería no se qué camino de púas que la pronunciaban en ese andar y andar hasta la cumbre.  Llegó en el naciente de un cráter. Sus manos se posaron sobre las rocas que habitaban el lugar pero el frío y el calor solo hizo que de sus manos hinchadas derramara sangre, sangre que ella se fijo pero continuaba con su camino. La noche despejada la invitaba a admirar un firmamento rebozado de astros sin distinguir sus siluetas. Caminaba despacito, con el bello toque del silencio, de la nada. Cerró los ojos y hechizada también por una luna llena esbozó una sonrisa ¡La vida¡ ¡la vida¡ grito y en el respuesta su propio eco, sus propias emociones. Sacó el saco de dormir de su vieja mochila y se sentó. Así, hasta que el alba le encendiera con las isla con los primeros rayos solares ¡la vida¡ ¡la vida¡, grito de nuevo.  Ahí, mi caballero, universo del misterio que en el nocturno luce su traje de luces. Ya estoy vieja y sola por ello me quedaré aquí, ya no tengo más piedrecitas ni más papelitos. Todo lo he dejado atrás para los que vengan en el mañana, un mañana espero bonancible en la paz de los pueblos. 

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