CARTA 5
Todavía escucho el tronador silbido grotesco de los
bombardeos. El grito agónico de niños, de niños, de madres, de padres ante la
devastación. Y nosotras cogidas de la mano madre. Sí, de la mano ante una
ciudad destruida, harapienta, vagabunda de la nada. Me dijiste márchate madre y
te obedecí. Vete a un lugar mejor, donde la sangre y rostros grises no se
agiten en horror de la muerte. Ahora estoy aquí, emigrando, en un campamento
que llaman de refugiados donde el feroz con colmillos de agujas hace los días
penosos. Un campamento donde la suciedad, los blancos techos de lona y la
aglomeración insostenible de humanos nos da de la mano. Tus manos. Sí tus
manos, tal vez, nunca debí de huir. Pero me obligaste madre. Y aquí estoy en
medio de la oscuridad de este mundo. Una oscuridad que le apetece ser eterna,
infinita colindando con las almas perdidas en su caminar cansado. Pero te digo una cosa, llegaré. El tiempo es
indeterminado, confuso pero llegaré. No sé cuándo. Nos volveremos a ver y tus
manos giraran en torno a las mías y tus manos sabrán de la alegría del vivir y
tus manos no limpiarán más cuerpos amputados, heridos, sangrados y tus manos no
serán ojos de esta guerra inacabable. Ay, madre, ya nos veremos.
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