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La pesadez de mis grises alas. Alas
grises, plomiza sacudida temblando ante esta habitación de paredes blancas y
suelo gris. Un halo de luz azul se balancea sobre ti. Un azul equilibrado,
tranquilo con la voz de palabras deshidratadas marcando un hasta luego, ya nos
encontraremos en las dimensiones del espacio. Te vuelvo a saludar, no te inmutas,
pero sé que me escuchas. Me callo y con el coraje de mi verticalidad soy pulso
de esta vida en las vías donde el sol empapela las ganas…esas ganas de estar en
volandas con la brisa correteando por mis estímulos. Y me estimulo, mis
sentidos me llevan a un paisaje donde los campos de exuberante en verdor nos
refrescas, nos resetea como hijas de los días, de las horas. Luego me estanco,
pienso en esas guerras perdidas por el sustento clave de la existencia, el
agua. Agua que bebo. Niñas arrastrando cubos, presas de la juventud perdida
para el levantamiento de sus pueblos. Sí, hay guerras perdidas por este
combustible elixir del ser, del estar caminando por las vertientes de la subsistencia.
Los campos están secos, suena el tambor de la muerte como ráfaga asesina de
cada asentamiento humano. Imagino un río. Sí un río cerca de alguna aldea. Un
río prohibido con la excusa del dominio de otros. Un perro exhausto, flaco se
acerca a beber. Ella, una muchacha lo observa desde la distancia. Opresores con
machetes y escopetas la vigilan. Espera su movimiento hasta ese mismo lugar
donde el perro exhausto , flaco va a beber. Ella la llama ante el hermetismo y
amenazas de las metrallas. Sed. Hambre. Hambre y sed conjugan en su cuerpo.
Agotada, desnutrida, deshidrata ve esas armas como alas negras que escuecen en
su pecho. No tiene nada que perder y se pone en movimiento ante la mirada carnicera
de esos militares. Y cae, el perro exhausto y flaco se acerca a ella. Le lame
su tez , sucia, descuidada. Su pecho herido de muerte da su ultimo aliento. El perro
exhausto y flaco se acuesta a su lado como compañía de sus últimos segundos en
la desesperación , en visiones falsas de la realidad. Ella, se aleja de su
cuerpo casi sin darse cuenta. Emigra donde los sueños son eternos, donde sus
manos ya no flaquean, donde el agua ya no es necesaria. Bebo de mi botella, siento
como corre por mi cuerpo hasta mis emociones. Una habitación blanca. Una habitación
de suelo gris. Me agito en una barca que va
a la deriva y me pregunto el porqué. Porqué quiero ser pasos sin
destino, nómada de las estrellas, de las jornadas donde el presente es
vitalidad que pronuncie mi destino, mi nombre. Y ahí surge la magia, imantada
por los colores del día…que bien hermosos son y me amarro a las vivencias
actuales sin darle entrada al ayer. Y qué es el ayer, un flor sin pétalos, un
bosque donde la sonoridad se vuelve oscuridad, un paisaje inanimado donde las
nubes caen en un precipicio de la nada las reclama. La muchacha. El perro exhausto
, flaco y la fosa de los ignorados, donde somos indiferentes a los fallos de
este planeta. Y somos culpables, todos. Me declaro culpable de cada guerra, de
cada insolidaridad, de cada justicia desbarata existente en nuestro siglo. Es
como si retrocediéramos o seamos iguales al pasado. Todo se repite…tum…tum…una
y otra vez. Sed. Tengo sed. Una habitación de paredes blancas y suelo gris. Agárrate
a mi madre mía.
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