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La habitación cero. Una habitación
de paredes blancas. Una habitación gris. Una neblina deambula en mis ojos y
todo es confuso. Mi postura , inerte, se fija en esa alma que se extingue en el
cansancio de las horas, de los días, de las semanas. Dejó que mi tristeza me
empape hasta llegar a una embriaguez oculta, fuera de la vista de ojos en la
presencia de una ida irreversible. La habitación cero. Tiene un mobiliario
neutro, aprovechando su pequeña dimensión. En esta silla que me siento, donde a
ratos dormito con mi mano prieta a la suya sueño…un sueño al ritmo de ciudades
inundadas de una calima que agota, que enferma . Mientras a mi viene el oleaje
insensato, de espalda, un viejo marinero recogiendo sus redes. Y no se porque
me centro en esto. Será por aquel muchacho que me encontré en la estación de
camino a ver su padre. Ese muchacho. Esa muchacha. Da lo mismo donde su
naturalidad absorbió mi respiración por unos momentos. Salgo de la habitación
cero. Una habitación de paredes blancas. Una habitación gris. Salgo del
hospital y me arrimo en su proximidad a un acantilado donde rompe las olas. Una
gaviota pasa a ras mis ojos. Y no se que impulso, la retrato como imagen en mi móvil.
Su vuelo quedará en mi para siempre. Un vuelo casi estático, al acecho de su
presa. Un viento tórrido golpea mi espalda y parezco marear. Me sostengo.
Respiro hondamente y sigo la gaviota, en su libertad particular, en su silencio.
La habitación cero. Enciendo un cigarro y observo como su ida es igual al
movimiento de ella, de la gaviota. Cierro los ojos. Sábanas blancas. Suelo
gris. La habitación cero donde se concentra la muerte. Me detengo en este
acantilado donde rompen las olas. Hermético lanzo un grito callado de queja. Y
es que tengo ganas de quejarme, de ser estos lamentos en estos instantes el
sabor amargo recorre mis carnes. Me estremezco. Un tremor. Los Dioses de la
profundidad de la tierra arrojan todo su mal en la isla vecina. Su olor me
llega con lo pesado de este clima. La habitación cero. Adiós madre…adiós madre.
En algún lugar, lejos de aquí, un anciano mira a la mar como la miro yo. En algún
lugar, lejos de aquí otro ser también es lamento. En algún lugar, a esta misma
hora el ruido se hace agresivo…tanto…que moja las emociones en un temblor sin
fin. En algún lugar, se habrá estropeado la niñez , la dignidad humana. Sí, en
algún lugar de la fragilidad de este mundo todo será mortandad. Estamos aquí,
yo frente al mar y tu en una habitación de paredes blancas y suelo gris.
Contemplo este océano que nos rodea, que nos protege a su manera en la nada de
su pulso. Y yo tomo el pulso. El pulso de subir de nuevo donde te encuentros.
El puro de mirarte y mirarte en la dejadez de tu salud. Y pienso que eres
joven. Y pienso en la barbarie contrariadas de la ira de esta gente que pleitea
hasta fundirse en nichos donde solo seremos la nada. Un aire de bienestar viene
a mi pecho y otra vez con lo prieto de tu mano intento aliviar cada dolor que
no puedes expresar. Y estás ahí, media despierta, media dormida…conteniendo el
aliento una larga despedida. Se siente el ajetreo de las enfermeras que vienen,
que van. Se siente un resquicio de tu lucha, de lucha valiente en estos
momentos en que la verticalidad de tus alas cae a un largo túnel del que eres
huida. Parece que una cuerda se lía en mi cuello, estoy cansada, estás cansada.
En este cansancio ajeno a todo lo que nos rodeas nos comprometemos a ser firmes
ante lo que viene. Y vuelvo a clausurar mis ojos, quiero sentir tu olor, ese
aroma de una prolongada despedida. Aguantamos, solas, en medio de este hospital
en la habitación cero de paredes blancas y suelo gris.
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