Había salido. Caminaba y caminaba a ras de unas grises aceras.
A su lado, no sé quién. Ella intentaba adivinar quien a su paso, a sus huellas
la acompañaba. No recordaba, solo, el rompiente silencio de antaño. La miraba y
miraba. Su movimiento, su palabra la llevaba atrás. El día se presentaba claro,
con la luminosidad de un sol que daba pie a seguir. A seguir por esas aceras en
su paseo diario.
Xx:
No te conozco. No sé quién eres pero cierta fragancia me
hace ir al lado tuyo. No sé por qué. En ti hallo algo, algo que penetra en mi
vientre y me hace temblar. Yo estoy aquí, por estas calles refrescando de lo que anuncia este nuevo día.
Tú, no sé lo que haces. Estás acompañándome. Solo sentir tu voz viajo a un
mundo del ayer. Es como si te conociera de algo. Pero imposible.
Yy:
Yo tampoco. Ando buscándola. Sí, lo que escuchas. Ando tras
las pisadas, tras el aroma de ella. Tú eres paralelo pétalo que se aproxima.
Que me insta a que eres tú. Sí, eres tú. No sé la repuesta. Pero tu voz, tus
palabras…
Siguieron andado juntas hasta que las aceras terminaron.
Siguieron hablando con el rigor de las alas unísonas que se aventuran en sus
cuerpos. Ahí, la avenida que da a la
playa. Olas calmas sucedían una tras
otras. Bajaron a la orilla. Siguieron caminando y caminando mientras sus
alientos se mezclaban con el paso de las horas. No retrocedieron, sus rostros
con ojos verticales se cruzaban. Y se hizo el callar. Dejaron de conversar y
conversar sobre ellas. Continuaron juntas con el brío de un pasado donde se
reflejaban. De mano se sentaron sobre la húmeda arena. Allí se quedaron hasta
que el anochecer les dijera es hora de regresar. Y juntas regresaron, cima de
gaviotas que las seguían.
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