martes, abril 26, 2016

Es la madrugada...

Es de madrugada. Sola en las habitaciones el frío la hacía arroparse. Se sentía cansada, un agotamiento que la inducia a decir adiós cuando el día amaneciera. No sé de por qué esa melancolía, me decía. Puedo imaginarla con sus ojeras perdidas en los pozos deshabitados de agua, en los posos de café donde se dibuja espirales de de humo. Un cigarro lento, muy lento. En su mente se animaban imágenes de su amor. Un amor fugado por la espera, por la monotonía de sus sentidos. Es de madrugada, se levanta, hace sus quehaceres antes de que el astro rey de su primera palabra. No, no verlo. Aposentarse jornada tras jornada cuando oscureciera como resonar del hechizo de los astros.  Un manar de olas la lleva a exteriorizarse, sale. Se dirige donde el océano es mecenas de sus sentimientos. Mira al cielo, esa bóveda bienaventurada de aves brillantes. Medita, no hay nadie. Ella, solo ella y el rumiar de la marea. A lo lejos observa una embarcación que se aproxima. Ella, estática, espera. Sí, espera el surgir de los seres que en ella habitan. Desheredados de otras tierras al encuentro del equilibrio. Ella mira y mira como desembarcan, como huyen sobre corrientes de un nuevo aroma. Los deja y retorna bajo su techo, aun lo negro de la atmósfera es presente. Ante su puerta se encuentra algo, no sabe lo que es. Algo que gime y gime. Se detiene y lo mira. Es un retoño, una flor que espera de las filigranas solares para continuar la vida. La coge, en su mano aun cerrada le murmura algo. Ella escucha y escucha…escucha el rebosar de una existencia que la llena de ternura. Si toda la vida fuera así, se afirma, todos seríamos un nuevo embellecimiento a esta tierra quemada, a esta tierra huída ¡Qué bella es¡ Aunque sus ojos permanezcan aún cerrados. Esperaré, esperaré que la aurora diga canciones del despertar de esta urbe para mirarla, para ver como sus pétalos acogen el regocijo de un nuevo día.


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