Paso debajo de tu balcón. Un balcón en el que deteriorar de
los años hace de él que se vaya derrumbando poco a poco. No sé si estás, más no
me interesa. Supongo que la corriente que te lleva a ese destino incierto
también estará corrompida, en la pesadumbre de una espera de ojos estáticos, de
cuerpo frío, de un sudario que te vista ante tanta y tanta grosería ante tu
fragilidad. No sé por qué te escribo, por qué envío estas palabras a la nada.
Será por qué la memoria te hace hueco, por qué las alas se baten llevándome a
ti. Tan cercana y lejos. Tan lejos y cercana. Un arco iris atrapa esta isla.
Esta isla donde los demonios saltan al vacío al encuentro de su víctima. La
soledad te ata. Sí, te lía y lía en la fecundidad de labios prietos consumiéndose
en el lamento. Un lamento que te cerca, que te lleva y trae, que te trae y
lleva por los calabozos del letargo. No quieres espabilar, te conformas ante la
inminente tertulia de las estrellas. A ellas si, si que las escuchas. Y, a
veces, si tienes ganas bailas y bailas. Sola. Tú y la noche, la noche y tú. Voy
tras de ti. Cuando tus pies se pierde en el denso boscaje con una luna
cimbreante, con el cotorrear de aves nocturnas, de ramas retorcidas por un
viento asustado, huido, compungido. Caes cansada, extenuada, desfallecida y
sola, muy sola. No te das cuenta, pero aquí estoy bailando y bailando a cada
huella que dejas. Enciendes una pequeña fogata y te desnudas, no hay nadie. Te
observo, te examino y mi mirada fija presiente tu ida ante la calidez de esa
hoguera. Sonríes…¡Vamos que si sonríes¡ y de nuevo la vuelta antes de que los
astros sean eclipsados por el amanecer. Otra vez paso debajo de tu balcón. Hay
silencio. Un silencio molesto, inalcanzable. Estarás dormida. Solo el hechizo
de la noche te convence en tomar aliento y galopar a través de una bruma otoñal
¡Maldita sea¡ Te olvidas. Sí, te olvidas de que yo estoy aquí.
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