10
El sol después de subir a la cima
más alta comenzaba a descender. La tarde los acogía en ese ambiente de
naturaleza viva en la nada.
-
Soledad y silencio- dijo ella
-
Soledad y silencio-dijo el- pero no la percibo
en mis adentros, es voluntariamente fuga en cada paso que doy por esta austera
tierra, no conozco más. Este paraje es como mi madre, como mis ancestros. La
magia y el hechizo se congregan en una hoguera donde las luciérnagas treparán a
la oscuridad. Aquí pasara la noche que se aproxima. Sí, aquí en la tranquilidad
de mis cavilaciones benevolentes y el callar del mundo ¿Y tú, mujer extraña? ¿A
dónde irás? No quieres comer algo o beber.
La noche venía
con sus estridentes estrellas infinitas. La noche se acoplaba en las espaldas
de ambos con una suave brisa. La mujer de arena miraba el firmamento. Tendría
que irse, abandonaría a ser árido y pacífico. El también asomo sus ojos a ese
techo de astros, cuando se dio cuenta ella no estaba. Lentamente intentaba
recordarla, examinarla, sacar alguna conclusión de quien podría ser. No, no era un espejismo ni nada por el
estilo. Solo era el resonar de las desgarradores amarguras de la tierra. Es lo
único que se le ocurría. Estaba cansado y se tumbo mirando ese cosmos virgen,
vertical, inexorable. Llego cierto
brío a su corazón errante. La melodía de ella ahora zumbaba a través de sus
arterias ¡tanto¡ que el mismo la cantó sin saber cómo en el silencio y la
soledad. Le producía cierto ánimo,
cierta emoción, cierta alegría. El pequeño arroyuelo de aquella pequeña
naturaleza lo acompañaba, el rasguear de
las palmeras lo entusiasmaba a medida que la noche crecía, se alborotaba y era
despeinada por una brisa que aumentaba. Pero aún así, las estrellas seguían ahí, en
sus ojos pensativos. Sí, una extraña mujer, se decía. Se durmió en el regazo de las sensaciones de
esa jornada. Mañana continuaría su
camino… CONTINUARÁ
No hay comentarios:
Publicar un comentario