miércoles, mayo 30, 2018

LA MUJER DE ARENA



1
Una madrugada, una madrugada donde la guarida de la esferas de los sueños es arrastrados por un siroco inesperado. El albergar de minúsculos copos trotando por las ventanas de los hogueras hace que estás estén eclipsadas. Entre el crudo invierno y el siroco hace que arrebaten las pisadas perdidas de la noche.  Una noche donde la arboleda gime cuando el viento polvoriento y fuerte raja sus ramas cansadas, viejas y el tintineo grotesco de persianas haciendo despertar los pasos por pasillos sombríos, gélidos bajo algún techo. Ahí, en la ciudad, donde el verdor del ayer evaporado son pilares de edificios  grises, opacos, ásperos en el avance de la innovación.  Farolas y más farolas colonizando el espacio donde los seres pasean con la cabeza gacha, con el andar perpetuo de estrellas diluidas en el vacío. Parecen que olvidan. Olvidar que existe un firmamento estelar donde los astros nos miran para que nosotros los miremos, los amemos y con nuestras manos abracemos los latidos del cosmos. Ese cosmos enigmáticos que con sus misterios juega al caos con la humanidad ¡La noche¡ ¡La noche¡ y es la noche que sin saber del olvido va huyendo de las lanzas cobrizas del crepúsculo en el horizonte.  Y surgió el temblor, el crujir de las entrañas de la tierra que en su maldición de años despierta. Un temblor que solo afecto aquel desahuciado por la sociedad, aquellos durmientes en bancos helados, en cajas mojadas, aquellos que tras el trago de la mugre de la marginación duermen a ras de una sucia acera, podrido acera, desgastada acera. Aquellos que en los rincones de la basura van en busca del aliento de la vida…de la vida. Hipnotizados, idos, locos, emborrachados de derrotas, acribillados de miseria. Y eclosiona la mañana. Todos desaparecen tras las alcantarillas de la sordera, de la cieguitud de los andantes en sus reinos de la cima, de la vida, de la sociabilización marcada por el avance ¿El avance? De qué, en un mundo descompensado, oprimido, de unos pocos o unos muchos, me pregunto.

2
Una plaza. Una mujer apartada de los movimientos de la urbe. Una mujer de pelo cano con sus carnes arrugadas por el paso del tiempo ¡Ay el paso del tiempo¡ Tormentos seduciendo sus sueños, su despertar sordo a todo ese rededor que con su celeridad la hace a ella estática. Y , ¿por qué? Por qué de esta degradación, de esta dejadez de sus pisadas ausentes de existencia, de una vida. Su carro, sus cartones, su perro honesto y cómplice de todas sus acciones. Una atmósfera enrarecida a sus sentidos se poso en ella hacía ya muchos años…muchos. Tantos que sus recuerdos vagabundean en la duda ¿Quién era? Qué vientre la había echado a este mundo. Su memoria se revolcaba en la mediocridad, en una sonrisa obligada cuando alguien la miraba ausentando su mano. La nada. El vacío. Su carro. Su perro. Era todo lo que poseía, todo lo que abrazaba a su alrededor. También por qué no alguna limosna que caía en sus palmas de casualidad. No le gustaba pedir sino andar de esquina y esquina, de parque en parque al son de unas horas que ella no entendía, solo, cuando el nocturno le cerraba los párpados y la dejaba desentendida de sus emociones ya acabadas. Pues sí, había cierto rasgo de tristeza en sus ojillos grises. Solo se quejaba de su tos, una tos de cada colilla recogida de la calle. La calle, su casa, techo de astros, techo de lluvias, techo de vientos, techo de humedad. Una humedad  seduciendo sus huesos. La gente la miraba al pasar, con su carro, con su perro, con su olor nauseabundo ante todo aquel que se aproximara. El olor de la miseria, el olor del abandono, el olor de la vejez.  Ay esa tos, sus pulmones reventados, sus pulmones cansados, sus pulmones entregados a la muerte en vida. Y , ¿hay vida en ella? No. No, girar y girar sobre su propio cuerpo menudo, pequeño. Qué cuchillos habrían sido enterrados en su persona, cuantas desesperanzan habían cruzado su mirada infértil, cuantas rotas ganas al tropezaron en su antigua continuidad del ascenso hasta la vejez.  Supongo, que sus espaldas pesadas, sangrantes tuvieron que soportar mucho, demasiado y ahora está ese abismo que ella no ve, que ella no siente, que ella no palpa. Solo  la dejadez….



3
Y la noche retornaba con su caparazón de astros difusos. Y ella se guardaba en sus cajas de cartón mirando al firmamento.
-          Quien …quien está ahí- dijo en voz alta cuando sintió el viento fuerte.
-          Vamos- fue la respuesta
-          ¿Vamos? ¿quién eres tu?
Se sentía extraña. No veía quien expulsaba esas sutiles palabras, solo sentía el viento, el viento…
-          Soy yo el viento, ¡es que no me sientes¡ Ando danzando sobre ti  en esta noche donde tu dormir se hace vago, gastado, eterno. Escúchame, levántate y ven. Este no es lugar para ti, para tus derrumbados sueños, para tu olvido.
-          No sé. No sé.  Creo que la locura me está absorbiendo. El viento me llama…me llama. Yo aquí acurrucada en la desgana, en  este suelo frío, en este lado de la urbe que me esconde de las miradas. Y el viento me llama…no comprendo, no entiendo el por qué.

La incesante llamada la hizo levantar, despojarse de todos de esos cartones y mirar a su derredor. Se sentida eclipsada, rara. Una sensación que en sus recuerdos no cabía. La ciudad callaba. La ciudad se desalojaba. La ciudad trotante en el nocturno.  Solo la voz del viento la recorría incesantemente. La pesadez de la nada en sus días no asumía en un oleaje remoto que la alborotaba, que la revolvía en esa insistencia  benigna o maligna del viento.  Se yergue con sus ojos atizados por aliento del alcohol. Se tambalea, una fuerza fresca acaricia su rostro y la noche sigue ahí. Ahora no lo escucha. Piensa que es una mala broma de alguien ¿De quién? Alguna mala alma soplando  desconcierto en su descanso. Sin embargo hay viento…
-           


4
Todo estaba callado y ella erguida sobre sus piernas frágiles.  Se preguntaba si sería algún mal sueño y mira el firmamento. Una nube de polvo amarillento se aproximaba. Otra vez el viento…el viento.  Cuando se iba a acostar nuevamente otra vez sonó esa llamada, esa voz de difícil localización.
-          Vamos que ya es tarde…muy tarde.
-          A dónde me llevas, qué lugares he de ver. Ya soy vieja, ya estoy acabada. Aquí con mi botella de vino y el mutismo del nocturno me siento bien. Aislada, consumida por los años, arrastrada por la violencia de un ayer.
Ella examina, ella estática, ella imperfecta, ella embelesada con esas palabras que no sabía de dónde venía. La noche avanza, el siroco se pronunciaba más y más. Sus ojos cerrados, sus ojos con el blanco muerte que no sería ni este , ni aquel día sino cuando las fuerzas del universo la vinieran a buscar.
-          Vamos hacia la frontera, esa frontera donde la mar son luces del descanso, donde el recóndito corazón de las caracolas es la belleza después de tanto y tanto sufrimiento. Dime…dime  ¿Cuál ha sido el más hermoso de tus sueños?  Estás desorientada, dudosa. Soy real, tan real que ahora  hago sorda esta ciudad con mi temible cuerpo de arena. Dime…dime ¿Cuál tu sueño más alto, más lindo? Vámonos ya todavía hay tiempo para que la beldad vuelva a tu rostro desencajado, ocultado por cada estación donde el castigo de los caminos  tomados te han deshecho, troceado y espantado de la realidad.
Ella torpe. Ella indecisa. Ella oscura. Ella mujer. Ella sorprendida o casi, porque sus espaldas pesan…pesan mucho.
-          M i sueño- se tambalea, tartamudea en su eco de la embriaguez- Mi sueño tal vez ser gaviota de los océanos. Cumbre de travesías  donde mi pasado, mi presente  sea insonora marcha a mi regreso…


5
Ella mujer del viento transformada en mujer de arena le dio la mano a esa otra mujer vagabunda del mundo, un mundo caído en la desgana.  Con su magia la llevo por la vacía ciudad hasta la costa. El rugir del oleaje se sentía en sus alas a través de la ventolera.
-          Ahora hija de la tierra toma vuelo a igual que yo un día lo hice cuando era círculos y círculos de la nada.  El castigo me llego hasta  esta figura que soy, solo, mujer de arena que algún día perecerá.
-          Castigada..castigada. Por qué. No llego a comprender si solo eres polvo.
-          Polvo porque mi tumba fue el desierto y en ese desierto te encontré a ti. Cuando quise ser libre sólo hallé cuchillas avariciosas a mis cadenas rotas.  Era esclava ¡Sí esclava en los tiempos presentes. Esclava de una existencia  malicienta. Me enjaularon hasta no más que ir rajando pétalos y pétalos hasta consumirme en la tristeza y ser ojos blancos, ojos rotos, ojos herméticos.
Ascendieron donde el oleaje de aquella noche rompe mientras que Ann la vagabunda divagaba en el equilibrio y penas de esa mujer.  La calima dejo de existir y ahí estaban ellas dos Ann la vagabunda y la mujer de arena como vigías del horizonte. Una luna redonda y briosa nació. De nuevo de la mano la observaron y cerraron los ojos.
-          Si. Yo mujer encerrada por la ira de un seres. Recuerdo caravanas de grilletes sangrientos por la arena del desierto. Cuerpos cansados, desnudos, descalzos con el invierno dando descanso aquellos, aquellas que reventaban, con el calor agobiante dando calma a las almas abatidas por la sed, por el hambre. Cuerpos violados, rasgados, quebrados , mutilados al son de la agonía, de la precariedad de haber nacido aquí. Aquí en esta esfera que nos sostiene en el callar, en la nada.
-           
6
-          Adiós Ann , cuéntame lo que has visto cuando el viento sur vuelvas. Eso sí, si quieres volver con tus alas plateadas de gaviota. Dime si en tu viaje encontraste la felicidad, ese lugar donde el corazón reposa en el bien, en la belleza de los sueños. Se parte de ellos con el susurro de los sentidos-
Se despide la mujer de arena, deja sola a Ann la vagabunda con sus plumas, con su canto, con sus tristezas y las alegrías por llegar. Y Ann toma vuelo, se va lejos…muy lejos donde su fiero pasado no la atosigue, no la moleste, no la haga caer otra vez en las calles eclipsadas de la ciudad. No mira atrás, en cierto sentido le da lástima esa mujer, la mujer de arena. La luna sigue ahí, intacta, impenetrable, fiel al comienzo de la vida para aquellos de espíritu desastrada. La mujer de arena mira hasta que Ann desaparece en el infinito océano, en un horizonte ya difícil de distinguir. Se siente invadida por no sé cierta nostalgia pero sigue adelante. De nuevo el viento, el viento. De nuevo la calima en esa isla donde todo parece en paz. Las constelaciones se apagaron y el amarillento polvo perseguía cada hueco de sus calles deshabitadas.  Calles aplastada por la ansiedad ante tanta brisa fuerte polvorienta. La visibilidad se agranda, cuerpo de ella en la soledad de las almas. Cuerpo que sigilosamente avanza por cada recoveco de una ciudad somnolienta, oscura, desconectada de la realidad de sus habitantes.  Habitantes capturados por las tempestades del destino. Un destino agarrado al pensamiento difuminado ante tanta y tanta hipocresía y violencia.  Su paso locuaz, ávido, integrante de toda ella se acercaron donde lo pecaminoso, las sombras y las silbantes ratas corrían por las tapias de la desidia. Y lo descubrió. Sí , descubrió en un muro apoyado a un chico con la palidez de la fatiga, con su rostro lleno de lágrimas y con el letargo de la mudez de sus ojos.  No lo despertó en ese estado de rota existencia  solo lo examinaba, buscaba y buscaba en sus sueños de derrota, de quejido, de frenético vértigo.  Algo lo había dañado, ese retraimiento en la noche acusada de siroco…


7
Te has olvidado de ti. Sí muchacho en la ausencia del amor. Cristales rotos amputan tu pecho  y has engendrado granizo en tus sentidos. Si muchacho te has olvidado, ese olvido de los años que pasan cuando ibas en su búsqueda. Ya no, te has dormido en marmóreas atmósferas que te destiñen, que te alejan. Dónde…dónde está el calor bajo un techo. Nunca , nunca el fuego de una hoguera ha encendido tus ojos, ahora , impenetrables, asumiendo el derrumbe de tus vuelos. Ya sé que te equivocaste, un tropiezo descomunal con tu fuga de las sensaciones, de las emociones. Pero, me entiendes, todo pasa. El pasado no más que es un instante efímero que a veces nos empeñados desmesuradamente en rescatar en la memoria. Pero date cuenta que la memoria también puedes asesinarla en el cambio de tu rumbo. La necedad, la negatividad te embarga ¡por qué¡ ¡por qué¡ No, jamás piense que hubo una sola oportunidad los rieles siempre están ahí para que te deslices y converses con una nueva existencia. Todo cambia, puede que te señalen pero tú no reconoces, la desmemoria tejera un nuevo camino más edificante, más brioso, más sutil en tus caídas porque siempre habrá alguna. Una barca te espera, allá, en la orilla de la playa. Allí te llevaré y dejare tu cuerpo cuasi inerte en el ronronear de las olas. Tal vez despiertes, quizás no. Pero la mar te desnudará de todo mal, de toda ruptura con el ahora.
La mujer de arena lo recogió en sus brazos y lo llevo a la orilla de playa. Allí estaba la barca solitaria, la barca blanca, la barca que lo llevaría en la aventura del despertar, la que lo desposará de las grises jornadas. Amanecía  y de costa a costa con el azul del océano era travesía de toda su vida. Aún dormido y en calma se fue regenerando. Ahora la pesadilla del ayer no lo olisqueaba para azorarlo sino para ser más vital, más cauto, más previsible en sus movimientos al mañana, al despertar. Sería el, más gordo, más flaco, más alto, más bajo, más el.  Nunca más su verdad sería envuelta en tangibles apisonadoras que lo depredaría.  Cuando vuelvas dime si encontraste la felicidad y tenlo presente en esta existencia todo se puede menos la muerte, la muerte blanca, negra con huesos o sin huesos, solo, con la fuerza de los sentidos. …



8
Qué busquen la felicidad, se decía.  Ella después se alejaba tras mermar la tiranía de los sueños  con su aroma a desierto.  Volvía solo cuando la noche sin astros cantaban al son del viento. Cuando el alba la llamaba retornaba al desierto. Se disolvía allí en sus doradas arenas y una paz errante en silencio y soledad.  Pero en ese silencio y soledad ella observaba, intuía el malestar de la civilización y acudía aunque fuera solo una a su ayuda para sanar las penas, para sanar las desgracias, para sanar los lamentos. El viento, el viento…su mejor amigo, su acompañante en cada conversación. Y hablaban con la sugerencia del descanso entre tantas sombras y luces, entre tantas batallas sin resolver, entre tantos sentimientos eclipsados cuando el nocturno  venía. Venía con su agresiva palabra evidenciando un encuentro fatal en las dimensiones de este mundo.  Solo una, con solo una se hallaba ella reconfortada y los demás ¿qué hacer? Meditaba en su silencio y soledad ahí en el desierto donde las dunas son eco sonoro. La tierra sigue igual desde su engendrar a los humanos, a esos seres donde la fealdad y las terribles abatida a los débiles, a los frágiles, a los inocentes.  Guerras infinitas, violaciones eternas, atentados de invierno, hambre agujerando los pasos,  sed…mucha sed, traficantes de cuerpos en la huída a la libertad, náufragos  en las mareas alteradas por la agresiva violencia de los océanos, fronteras intangibles, imprecisas, innecesarias. Somos  parte de un universo caótico donde todo se expande y contrae. Somos minúsculos. Polvo, solo polvo en un apartado lugar del cosmos. Como serán los otros mundos, las otras dimensiones donde no llegaremos. Para qué  tantos nocivos alientos hacia los demás. Para qué tanta basura derramada sobre las aguas de la vida…¡Ay la vida¡  tan corta, tan ajena a sus creencias, tan efímera ¡dejémosla tranquila¡ en el continuar de las estaciones, en el transcurrir de nuevos crepúsculos, en el canto de un pajarillo sobre una rama ¡qué no se rompa¡ ¡qué no se rompa¡  Ya la claridad de la mañana se asomaba, una bóveda celeste perfecta, llameante en sosiego y el silencio y la soledad…


9
Esboza su aliento la mujer de arena en su estado de vigía ante lo que pueda ocurrir en esta esfera. Sintió pisadas. Pisadas en ese desierto donde se hallaba aislada, meditativa, observadora. Ella en vertical acudió a sus pensamientos, a sus recuerdos, se preguntaba si no sería algún malhechor. Allí , en el desierto donde todo parecía estar sereno y equilibrado.  Contemplo la figura de alguien extraño, alguien ajeno a sus visitas, alguien nómada de ese lugar apartado de la civilización, alguien donde el dolor era impenetrable, donde el uso de sus huellas se desvanecía en la arena.  Se acercó a él y le habló con su cuerpo de mujer.
- Es de día. Tú estás aquí apartado, envuelto en tus ropajes azules evitando así este clima. No temas, yo y tú no somos murallones donde el inalado desprecio es continuo en el más allá. Somos solo dos espíritus en el intacto insuflar del viento y la soledad.
El de espaldas se viró lentamente y la miro. Una extrañeza comenzó a palpitar en sus entrañas, una rareza de hallar una mujer en el  implacable desierto. Estuvo largo tiempo examinándola, en su razón no cabía encontrar algo de vida ahí. Cuando se asentó  sus pensamientos le hablo.
- Buenos días mujer- asombrado, arropado de cierta desconfianza- ¿Estás solas? ¿Qué haces aquí?
- Por qué te de extrañar el de esta soledad. El miedo y el temblor penetran en tus ojos y no dejas de mirarme como si fuera una enemiga, alguien ajeno a tu ruta. Yo y este desierto somos hijos de la sequedad, de la erosión, del agravio, del castigo durante la existencia.
- Pero aún así extraña mujer puedes correr peligro aquí, hay muchos depredadores que pasan y se van después de hostigar a los más vulnerables y tú , que eres mujer, estás en el más oscuro de los peligros, en el más oscuro de los túneles que tal vez no hallen la luz jamás. Yo acostumbrado, con mi camello a divagar por estos lares solitarios, está es mi vida pero tu…tu, no sé,  siento desconcierto.
- Deja de mirarme. Deja que mis ojos descansen. Allí…allí , no muy lejos hay un sitio donde palmeras datileras y un pequeño manantial corre por sus venas podrás comer y beber algo para que continúes. Te acompañares, como almas de la soledad caminante del mutismo y hermetismo de éste  apartado lugar.
- No entiendo. No comprendo que haces aquí, algo me dice de un agudo dolor navega por tus manos, por tus piernas, por tus ojos callados, por tu corazón.  Seguro que no vienes con nadie ¡tanta soledad¡
-¿Tú crees que es soledad? Estamos en la inmensidad del vacío, de la nada. Pero este vacío, esta nada me complace. En su regazo me acoge y me siento bien. No te interrogues más. No me mires más. Sigue tu camino, te acompañaré hasta aquel vergel y luego la despedida.  
Caminaron y caminaron hasta enlazar con aquella minúscula selva irradiante en fertilidad. Y el bebió agua, y el comió algo. Mientras, ella, cantaba algo. Pero ese algo qué es, se preguntaba el nómada.  Aunque no entendía nada le seguía la corriente, ¿sería un espejismo?...
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10
El sol después de subir a la cima más alta comenzaba a descender. La tarde los acogía en ese ambiente de naturaleza viva en la nada.
-          Soledad y silencio- dijo ella
-          Soledad y silencio-dijo el- pero no la percibo en mis adentros, es voluntariamente fuga en cada paso que doy por esta austera tierra, no conozco más. Este paraje es como mi madre, como mis ancestros. La magia y el hechizo se congregan en una hoguera donde las luciérnagas treparán a la oscuridad. Aquí pasara la noche que se aproxima. Sí, aquí en la tranquilidad de mis cavilaciones benevolentes y el callar del mundo ¿Y tú, mujer extraña? ¿A dónde irás? No quieres comer algo o beber.
La noche venía con sus estridentes estrellas infinitas. La noche se acoplaba en las espaldas de ambos con una suave brisa. La mujer de arena miraba el firmamento. Tendría que irse, abandonaría a ser árido y pacífico. El también asomo sus ojos a ese techo de astros, cuando se dio cuenta ella no estaba. Lentamente intentaba recordarla, examinarla, sacar alguna conclusión de quien podría ser. No, no era un espejismo ni nada por el estilo. Solo era el resonar de las desgarradores amarguras de la tierra. Es lo único que se le ocurría. Estaba cansado y se tumbo mirando ese cosmos virgen, vertical, inexorable.  Llego cierto brío a su corazón errante. La melodía de ella ahora zumbaba a través de sus arterias ¡tanto¡ que el mismo la cantó sin saber cómo en el silencio y la soledad.  Le producía cierto ánimo, cierta emoción, cierta alegría. El pequeño arroyuelo de aquella pequeña naturaleza lo acompañaba,  el rasguear de las palmeras lo entusiasmaba a medida que la noche crecía, se alborotaba y era despeinada por una brisa que aumentaba.     Pero aún así, las estrellas seguían ahí, en sus ojos pensativos. Sí, una extraña mujer, se decía.  Se durmió en el regazo de las sensaciones de esa jornada.  Mañana continuaría su camino… 


     11
            Volvió a su sitio. Esperó el viento fuerte, ese torbellino de arena que la hiciera partir hacia ese rostro agrietado, escupido en el tallar del destino.  De nuevo la urbe, una urbe de cloacas secretas que nadie ve, solo, el que lo vive, el que encogido de hombros y vitalidad se ahoga en lado más absurdo de esta generación.  En la inmensidad de la noche sonámbula  de calima y viento escucha el gemido de un niño, una niña. Ella no sabía distinguir su sexo pero le daba lo mismo. Solamente era una criatura engendrada de las ramificaciones de este globo inestable. Una criatura con la inexistencia de la niñez, con la tangente sombra de la nada.  Ella en sus vagos pasos se acercó. Miro sus pequeñas manos mientras en sueños era llanto ¡Sus pequeñas manos¡ ensangrentadas, llena de llagas, esbozando suciedad y el dolor…mucho dolor. Junto a él un fardo. Esa era su condición ser, su condición de almas inocentes invocadas a lo obsoleto de los días, a la sonrisa truncada desde su nacimiento.  Más allá, en las periferias de la ciudad, una mina. Una ciudad cargada de miseria, de incumplidas promesas para la vida, de aberrantes hombres con su fusta e     ignorantes de lo que es bondad, el respeto. Solo el dinero, la maldita   cadenas del infierno que ellos mismos no pueden tocar. Acaricio su frente. Fue en busca de algún pedazo de tela  y humedeciéndola con sus lágrimas se la pasó por la frente ¡Malditos¡ ¡Malditos¡, se dijo ella.    El invierno y tú. Tú  y el invierno. Aquí, tirado con la brutal ira del tiempo que no se calma, con un envejecimiento precoz, con una lucha nula en el andar de las horas. Pareces inerte, solo, un objeto de esas sociedades que no comprenden, que no te ven o si lo saben, su memoria se hace angosta, sus ojos se hacen carnívoros del poder, sus andares son soberbios en el mal, en la conciencia de inteligencia negativa. No, no comprenden, no piensan, no se ponen un su lugar. Aquí un niño rozando todavía con el mecer de su respiración agitada la vida.     Lápidas barrunta que su sino será el olvido de su verticalidad.  No, no le queda mucho. Silencioso, insonoro, ausente y el pánico   de enfrentarse a su realidad.  Castigado por nacer donde no debía, por las miserables garras del poder demoniaco del hoy ¡ Malditos¡ ¡Malditos sean¡… ¡Solo¡ ¡Solo¡ En el aislamiento de alambradas invisibles para otros ¡Malditos¡ ¡Malditos¡ Y sus padres si es que tiene, y sus hermanos si es que tiene, y sus amigos si es que tiene…todo son círculos de piedras punzantes que amontonan sobre sus manos frágiles.   El no ve más allá de esa mina gigante. El no habla tras ese fardo que descansa bajo el de sus penas, de sus sueños. El es sordo al amor, el amor del calor, de un abrazo alejado de todo mal. No lo sabe…no lo sabe.   Aquí tirado, en la intemperie, como si fuera cualquier objeto que posee sentidos. Aquí tirado, con el crudo invierno, para levantar y continuar en su trabajo por un trozo de no sé qué ¡Malditos¡ ¡Malditos¡  Se ha quedado como un ser neutro de emociones, de sentimientos. Y yo soplo con la brutalidad de cómo te han tratado, de cómo tratan a otros como tú.  Una noche donde el naranja de la calima se hizo más potente, más desgarrador a la par del viento. Un viento dolido, un viento rencoroso, un viento vengativo ante tanta y tanta sepultura a la niñez.                            


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El niño y su fardo. El fardo y el niño. Paulatinamente la mujer de arena fue sombra de su diminuto cuerpo, tendría 6 años, 7 años, 5 años…no lo sabía. Se arrodilló y con su mano acarició su frente. No, aún no despiertes. Los horrores del ayer, del hoy serán destruidos en la danza de mis manos sobre tu cuerpo. Solo era huesos y carne. Huesos débiles para el continuar de las auroras, carne herida, llagada por la bestialidad negra de la razón de otros. Lo cogió en sus brazos y se levantó, mientras él seguía aletargado.  Y le dio de amamantar, su sangre de inmediato circulaba por su persona. Y le cantó , la canción de la vida, de un nuevo empezar en la distancia de este enrarecido y telúrico lugar. Y le dio de amamantar  largamente hasta que sus ojos se abrieran con lucidez del nuevo camino.  Y le cantó ,
 “Hoy las estrellas te besan,
Te siguen en tu insonoridad.
 Las mareas del ayer
Se retuercen, se eclipsan
En sus terroríficos oleaje.
Y ahora eres tú.
Tú y los otros iguales
Que con sus danzas y alegrías
Calmarán la sed
Calmarán tu hambre
Calmarán tus heridas.
Hoy las estrellas te besan”
Dejo al niño como estaba, en la lentitud de la madrugada sus ojos la miraron y cierta gracia le hizo. No quiso hablar solo se desperezó y se yerto sobre sus piernas.  De la mano se marcharon. De la mano se evadieron de las bofetadas de esa ciudad. De la mano se encontraron con el océano. De la mano ella le habló y le habló. De la mano él seguía callado. De la mano se desprendieron. Un gorrión malherido que reinicia su sendero. El sendero de la inocencia. El sendero de la alegría. El sendero retornada a un vientre para la luz del nuevo amanecer.
“Hoy las estrellas te besan,
Te siguen en tu insonoridad.
 Las mareas del ayer
Se retuercen, se eclipsan
En sus terroríficos oleaje.
Y ahora eres tú.
Tú y los otros iguales
Que con sus danzas y alegrías
Calmarán la sed
Calmarán tu hambre
Calmarán tus heridas.
Hoy las estrellas te besan”


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El universo vino en su búsqueda como luz tiznada por el oleaje tranquilo.  El niño, como estrella fugaz desapareció más allá de ese horizonte cerrado a los demás, a los que hacen daño.  La mujer de arena ensimismada se acarició su vientre yermo y tomo aliento, un aliento que la llevaba por las callejuelas de esa ciudad que censura su visión, su conciencia censurada a la realidad que se mostraba en la mayoría de sus hijos.  Continúo en su soledad y silencio al encuentro de pasos perdidos por el casco antiguo. Con su entereza y la ayuda del viento, del viento iba  en su muerte alentando viveza a quien pudiera ofrecer su ayuda.  No lejos, después de girar en una esquina, una mujer, una mujer embebida en la venta de su cuerpo  por unas horas.  Una mujer destronada de la isla por salvar sus paredes, su techo en el ritmo cotidiano de madre. Una madre escondida, una mujer valiente, una mujer que a pesar de su trabajo sus sentidos se orientaban el amor a sus hijos, a su familia, a sus amigos.  De noche se transformaba, era metamorfosis del  entre la veracidad de su yo y  prostituta cuando el túnel oscuro era cuerda floja donde el equilibrio la mantenía. La mujer de arena andaba a pasos suaves, calmos. Desfigurada aquella mujer ella se puso ante ella.
-          ¿Qué haces?
-          Aquí esperando. No me quites el tiempo. Dime si quieres algo o no.
-          No. Solo que dejes de vender tu vida, tu cuerpo.
-          Pero qué carajo dices. Anda con está. Lárgate, tengo que mantener una familia. Bueno y yo porque he de dar explicaciones. Venga…venga. Dime si quieres o no, me entiendes.
-          Vamos.
-          Vamos ,¿a dónde?
-          Se hace tarde y me he de ir. Tal vez , un nuevo comienzo.
-          ¡Estás chalada¡ ¡Lárgate que me encharcas el trabajo¡
La mujer de arena la envolvió en una nube de calima. El viento soplaba más fuerte aún, mucho más de lo habitual. La prostituta de rimen esparcido en sus mejillas, de ojeras que funden un alma fatigada, una mirada ofuscada en la belleza , con unos tacones incrustándose en los adoquines se desmayó.  Entonces, la mujer de arena la recogió, en ella la pesadez de aquel cuerpo derruido en los años, en el castigo y en el rechazo de una ciudad donde  todos duermen ajenos a la verdad ¡Ay la verdad¡ La verdad está en las cloacas del insensatez, de las luchas perdidas para ser vertical en el día a día. Ella, condición vendida por unos billetes para elevar la vivencia de sus hijos alejados de toda  aberración, de tanto y tanto dolor. La llevó allí, donde todos habían partido tal vez para volver o no. Dejo que el siroco se la llevará lejos, muy lejos. Donde el amor abultara en su condición de existir.  Donde  la levedad de la angustia se focalizará en  lo propio. Una mujer  entera, pesada en el devenir de los años, las estaciones en convivencia a ras de la armonía. ..


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Las mareas te lleven donde el retozar de manos gastadas emerjan en la lucidez de una nueva tierra.  Olvido en rebozar de las inclemencias de tormentas sobre tu cuerpo. La dejadez te abandonarán y no oscilarán ojos mediocres, sucios, grotescos en tus pisadas.  Las huellas se detienen y la embriaguez de otra tonada te hará crecer, creer en una vida mejor, en una liberación enaltecida de los castigos a navajazos del hombre ¡Culpable¡ ¡Culpable¡ Ellos son los culpables . Buscan donde nadie los distinguen y penetran en tu belleza con la bestialidad de sus martillos ¡Avanza¡ ¡Avanza¡ entre la tinieblas hallará cierta claridad, cierta escalada a la cumbre más alta dónde todo lo de atrás será rajado, desmemoriado.  Y después volverás…volverás con las ganas de seguir de otra manera en distintas aceras. Todo cambia. Todo se mueve en el sentido a favor de tu respiración. Inspirar y espirar, espirar e inspirar. Surcos  en el aire con tus alas doradas en el corazón. La mujer de arena la deja ahí donde rompe las olas y se fue suspirando. La inestabilidad, el desequilibrio hostigan, atosigan a esta simple y la vez complicado mundo ¿Por qué? Por qué se pregunta ella. No hay necesidad de ser mejores, peores solo pasar por esta vida con la condición de saber que algún día seremos alimento de gusanos, que seremos polvo …solo polvo.  Puedo que nuestro espíritu quede atrapado  en esta atmósfera y nuestro resonar sea fuente de nuevas vivencias y quizás recordemos, tomemos la precaución intuitivamente de lo malo, de lo nefasto.  Y viento retorno a su espacio en el infinito, la ciudad se despejó y los astros hablaron con la mujer de arena. Y la mujer contestó en su silencio, quisiera descansar. Si, lejos de esta rutina que me invade con una pena  innegable. Si, allí en el desierto donde esta mi hogar en la frondosidad  de sus piedras, de su arena. Aguardará en lo que dura la jornada en los brazos del sol, escondida, cobijada de cualquiera esencia en el camino.  Mis pensamientos girarán y girarán en torno a inflados mutismos y después resurgiré, erupcionaré como alma de vientos polvorientos donde  cuando la  luna en toda su maravilla me llevo a esos rincones donde el malestar, el desagravio, la templanza derruida y las lágrimas es pala que escava tumbas para ser enterrados vivos.


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Estática, intocable, precisa, nostálgica. Ella en el desierto, bajo el techo de un firmamento luminoso callado…muy callado. Ella erguida, continuando con sus pensamientos a la sombra de una tierra baldía, de una tierra erosionada a lo largo de los siglos.  Ve pasar caravanas de camellos cuya dirección desconoce solo el sentido de su errar como habitantes del desierto.  Se aleja de ellos, no quiere ser vista. Ella, mujer desnuda, con tez de canela y cuerpo de canela. Ojos deambulando los secretos de su yo. El ayer no vale, es falso. El hoy, un paso hacia las fronteras inexistentes en ese lugar. Ahí han caído, ¿Cuándo caerán las otras alambradas del poder? Luchamos por una esfera más justa, más armónico, donde los pianos sabores de las palabras nos haga sonreír o sino calmarnos. Sentarnos bajo alguna vieja vivencia y ser recorrido eviterno de la paz. Que una llovizna sutil nos emancipe de toda helada en nuestro corazón.  La caravana ya no es visible, hasta en el más hostil de los lugares existe vida. Y a esta cuestión ella misma se debate,  anuncia la duda ¿Estamos solos? No, nunca, es su respuesta. Minúsculas semillas andantes de un cosmos infinito, eterno ¿Cómo serán los otros? Más nobles, más bestiales, más nada. La incertidumbre la abate y cae en la cuenta que está en un planeta llamado tierra…tierra de mediocridad, de sarna que va tocando a cada uno de los que no pueden vivir en la libertad de sus derechos. No, no estamos solos. El universo es de extensión inacabable para atendernos a nosotros únicamente. Otras tierras similares o no, evolucionadas o no, pacíficas o no.  Ella imagina un planeta inesperado, lejano donde quizás se reúnan las almas que ha rescatado de la oscuridad.  Donde las exuberantes arboledas rindan homenaje a los ojos revividos de la muerte. Sí, la muerte. Ojos azocados por el afecto profundo de la igualdad. Donde la falsedad no tiene cavidad. Donde el diabólico mal humano no está, es inexistente.  Un sitio donde para todos hay cabida donde la fealdad de sus vidas anteriores solo sean  amagos ausentes del nuevo nacimiento.  Hijos de la tierra. Hijos abiertos  a condiciones paralelos como otros muchos. y, ¿si todo esto acabará? Yo solo voy y vengo, doy vueltas y vueltas remendando, tejiendo seres de brumas, seres empozados en lodazales impertinentes, soberbios.  Ella, la no vista, la no sentida,  aguardó hasta nueva noche, noche de sirocos que la llevarían, que la traerían en las más amargas de las vidas. La soledad y el silencio. El silencio y la soledad…


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En el horizonte donde la plateada juega con sus luces acostada con las estrellas ahí , en el desierto, gentes sin rumbo o con algún destino incierto. Buscando la costa, lejos, para partir a una nueva civilización.  Una civilización donde los hijos de la pobreza, de la sed, del hambre, de las guerras puedan restaurar sus vidas. Un éxodo en el estómago del desierto, duro, cruel, nefasto. Un éxodo en las garras del océano, agresivo, violento, egoísta. Llegarán o no tras sufrir el más deshonesto, el más aborrecible, el más despiadado, la más asesina de las alambradas de agujas candentes en el rechazo y la humillación. Todos, si llegan a ese lugar ansiado, serán presos de una atmósfera que respira racismo en la totalidad de la palabra. Serán hacinados en la cárcel del terror ante sus sueños zanjados, rejas miraran cuando el despertar los alumbre en ese continuar prohibido. Otros, sin embargo, dejaran sus huesos en este desierto, en esas mareas donde serán náufragos de su cólera. Sepulturas esparcidas por todo este mundo, sepulturas de donde brotarán sus almas olvidadas y vagarán en el desencanto, en el desconsuelo de que tal vez …tal vez si hubieran aguantado un poco más podrían haber guarecidos  a sus amigos, a sus familias en un halito de alegría, de vida. La mujer de arena los ve pasar, triste, distraída en su mente que la aconseja ser muralla de ellos. Solo, dejarlos o si acaso aproximarse como enseñanza de lo que verán, de lo que les ocurrirán. Todo tiene que cambiar, un cambio que no deje agonizar a estas almas en el abandono. Ya no pueden dar media vuelta, no tienen techo donde calmar sus dolencias, sus desconsuelos, sus miserias. Sopla y sopla airada, enfadada con la fatalidad sus finales. Sopla y sopla y la mujer de arena va a por ellos, velando sus pasos lentos, sus pasos gastados, sus pasos oxidados. Desaloja esa caravana de sufrimiento, de un aura plomiza y los lleva donde la noche habla con la mar. Ahí, como albatros de las aventuras del vivir, los deja para que al menos sean simiente de otras tierras, de otros mundos. Ella se aleja y canta y canta la canción que escuchó aquel nómada del desierto.
Y tenéis que soñar,
Soñar en el eterno columpiar de las jornadas,
Soñar en la belleza de vuestras manos
Rebozadas de un despertar placentero
Donde el sol brillará en vuestro horizonte.
Y tenéis que soñar,
Soñar en la alegría del vivir,
Soñar en el tierno vaivén de la brisa,
Soñar como pajarillos entusiasmados, emocionados
Donde la luna remará en vuestro sino.
Y tenéis que soñar y soñar…


17
Y tenéis que soñar y soñar, se quedo ella murmurando la balada en la sutilidad de su voz, baja, vestida de esperanza. Se envolvió en su cuerpo de arena porque así era, mujer de arena. Transitó en cada alma herida, escachada, pisoteada  que ella le había entregado el reverder de nuevos solos cuando la luna la llamaba. Todos bien, cerró sus ojos marrones amarillentos y espero el velero de su regreso al núcleo donde ella descansaría. Dejo de soplar y soplar y tomó de la fragancia que lamia el desierto. Se sentó y se guareció tras una enorme duna. Ella sola y su atmósfera. Su atmósfera y ella sola. Decidió dormir. Dormir en la eviterna reconditez de su desierto. Se hallaba plácida, complacida, hermética al daño. Miro ese cielo que tanto miraba día, los astros le contaron la verdad. Esta mundo continuaría con sus desabastos de los más que lo necesitan. Este mundo continuaría con la mediocridad pero siempre habría alguien igual que ella que donaría su sonrisa, sus ganas de vivir, sus fuerzas para reconstruirse y que al final del camino sus espíritus al unísono encontrarían el amor, la igualdad, la paz , la libertad…Libertad de expresar sus alas hechizadas de sentimientos y esparcirlos por los corazones vagos, secos. Y tenéis que soñar y soñar, se quedo ella murmurando la balada en el hueco de antorchas flotantes en el espacio nocturno ¿Cuál sería su próximo viaje? No lo sabía, solo, el aletear como ave al encuentro de lágrimas desvanecidas con el pulso de la vida, la vida…No, no lo sabía, solo, el derretir de las heladas en las almas calcinadas por el naufragio del ayer…No, no lo sabía, solo, un retal de belleza que aun los conduciría a través del tiempo, del oleaje del todavía…todavía somos verticales. Y tenéis que soñar y soñar, se quedo ella murmurando la balada eterna en su insonoridad y soledad.
fin

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