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Volvió a su sitio. Esperó el viento
fuerte, ese torbellino de arena que la hiciera partir hacia ese rostro
agrietado, escupido en el tallar del destino.
De nuevo la urbe, una urbe de cloacas secretas que nadie ve, solo, el
que lo vive, el que encogido de hombros y vitalidad se ahoga en lado más absurdo
de esta generación. En la inmensidad de
la noche sonámbula de calima y viento
escucha el gemido de un niño, una niña. Ella no sabía distinguir su sexo pero
le daba lo mismo. Solamente era una criatura engendrada de las ramificaciones
de este globo inestable. Una criatura con la inexistencia de la niñez, con la
tangente sombra de la nada. Ella en sus
vagos pasos se acercó. Miro sus pequeñas manos mientras en sueños era llanto
¡Sus pequeñas manos¡ ensangrentadas, llena de llagas, esbozando suciedad y el
dolor…mucho dolor. Junto a él un fardo. Esa era su condición ser, su condición
de almas inocentes invocadas a lo obsoleto de los días, a la sonrisa truncada
desde su nacimiento. Más allá, en las
periferias de la ciudad, una mina. Una ciudad cargada de miseria, de
incumplidas promesas para la vida, de aberrantes hombres con su fusta e ignorantes de lo que es bondad, el respeto.
Solo el dinero, la maldita cadenas del
infierno que ellos mismos no pueden tocar. Acaricio su frente. Fue en busca de
algún pedazo de tela y humedeciéndola
con sus lágrimas se la pasó por la frente ¡Malditos¡ ¡Malditos¡, se dijo ella. El invierno y tú. Tú y el invierno. Aquí, tirado con la brutal ira
del tiempo que no se calma, con un envejecimiento precoz, con una lucha nula en
el andar de las horas. Pareces inerte, solo, un objeto de esas sociedades que
no comprenden, que no te ven o si lo saben, su memoria se hace angosta, sus
ojos se hacen carnívoros del poder, sus andares son soberbios en el mal, en la
conciencia de inteligencia negativa. No, no comprenden, no piensan, no se ponen
un su lugar. Aquí un niño rozando todavía con el mecer de su respiración
agitada la vida. Lápidas barrunta que
su sino será el olvido de su verticalidad. No, no le queda mucho. Silencioso, insonoro,
ausente y el pánico de enfrentarse a su
realidad. Castigado por nacer donde no
debía, por las miserables garras del poder demoniaco del hoy ¡ Malditos¡
¡Malditos sean¡… ¡Solo¡ ¡Solo¡ En el aislamiento de alambradas invisibles para
otros ¡Malditos¡ ¡Malditos¡ Y sus padres si es que tiene, y sus hermanos si es
que tiene, y sus amigos si es que tiene…todo son círculos de piedras punzantes que
amontonan sobre sus manos frágiles. El
no ve más allá de esa mina gigante. El no habla tras ese fardo que descansa
bajo el de sus penas, de sus sueños. El es sordo al amor, el amor del calor, de
un abrazo alejado de todo mal. No lo sabe…no lo sabe. Aquí tirado, en la intemperie, como si fuera
cualquier objeto que posee sentidos. Aquí tirado, con el crudo invierno, para
levantar y continuar en su trabajo por un trozo de no sé qué ¡Malditos¡
¡Malditos¡ Se ha quedado como un ser
neutro de emociones, de sentimientos. Y yo soplo con la brutalidad de cómo te
han tratado, de cómo tratan a otros como tú.
Una noche donde el naranja de la calima se hizo más potente, más
desgarrador a la par del viento. Un viento dolido, un viento rencoroso, un
viento vengativo ante tanta y tanta sepultura a la niñez. ..cCONTINUARÁ
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