El nocturno de la dejadez, de
estrellas parloteando con un brillo fugaz que nos hace admirarlas. Ella
cansada, hastiada de todo el quehacer cotidiano, de las riendas dislocadas que
la llevaban al caos. Ya no le faltaba mucho, en su cama, para que sus ojos en
blanco murmuran adiós a esta vida. Su último suspiro fue tranquilo, expulso su
espíritu y sobre ella a cierta distancia se mantenía. Era azul, era blanco, era
rojo, era verde…un sinfín de colores los cuales había saboreado en vida. Un
espíritu que ahora en volandas iba a su lugar, aquel de donde había sido
engendrado. Como sumidero de poderosa energía una estrella más allá de la vía láctea
se fue. Sí, se fue a su sitio de origen, otro mundo donde el paralelismo con
este era el mismo pero con otros rostros. Rostros de bondad y benevolencia que
se repartían, que se fragmentaba cuando cada uno se entrega al otro. No tenían se
sexo, no tenían religión solo, el resonar profundo de la fe en ellos
mismos. Allí llegó ella. Al principio no
comprendía pero luego con le ofrecieron las manos de la alegría, de la
esperanza y la paz todo su ayer fue olvido. Tanto fue el recuerdo extraviado
que solo un leve fotograma cuando la alumbró su madre era en lo que su memoria
se encendía. Miro al cielo de ese otra esfera, pájaros de un color intenso
volaba a ras de sus ojos, sus ojos claros y verdaderos.
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