Entrar. Salir. Salir
y entrar a la sombra de pinares que dan la lucidez de unos ojos. Ojos que
miran, que examinan, que rastrean el olor de la madre tierra. Quebrada, rota,
rajada se difumina bajo la tala gigantesca de sus boscajes más allá del
horizonte. Ahora, levantamos la vista y erguidos aparatos metálicos nos conecta
a la inconsciencia, al paisaje perpetuo de la pena. Lástimas y lástimas
clamando a un firmamento entre nubes y estrellas renunciando al manar del agua
de la vida ¡Agua de la vida¡ Ven y engrosa en nuestros sentidos las emociones
de la danza a ras de un oleaje tempestuoso remoto ¡Agua de la vida¡ Congrega
los bien nacidos en las lunas habitadas por la verticalidad de la belleza.
Entrar. Salir. Salir y entrar a la par que larguísimos puentes colgantes nos
dan las huellas a seguir ante tanta batalla ensangrentada, ante tanta miseria
reunida en este globo deshilachado por las manos manchadas de hogueras a
lugares donde amanece. Sí, amanece y somos sonoro encuentro en las fronteras
invisibles de nuestras manos homogéneas, iguales. Entrar. Salir. Salir y entrar
en la paz agarrada en la entereza de nuestras palabras, de nuestras acciones en
el devenir de los soles.
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