Callados. Espacio intangible donde espejos reflejan el eco
interior. Nos arrugamos al ritmo de los días, de las horas, de las estaciones
permaneciendo intacto el beso que toma vuelo en los sueños. Sí, estamos
callados. Heridas en la vertiente de nuestro vientre, no se irán, mientras
alzamos nuestros cuerpos en la algidez de un sol que viene, nos entregamos a su
pasión por la calidez de nuestros miradas. No sabemos a veces si llorar o reír,
un vago recuerdo ensucia nuestras singladuras a través del tiempo. Nos
desnudamos. Nos miramos y en galopantes girones nos desquitamos de todo mal.
Callados, seguimos aquí. Se abre una ventana y las palomas vienen a observar
todo quehacer de nuestras manos. Manos abiertas, manos agrietadas, manos
envejecidas, manos que giran y giran en la tibiez de sus alas. Callados. Sí,
callados alargamos un túnel al encuentro de una lumbre que nos erija como
humanos que somos. No la hallamos, pero hay tiempo, un tiempo que se retuerce
en el derivar de azules cometas sonrientes en el aire.
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