Estaba ahí, se los puedo jurar que la vi. Tan bella….flor de
cascada que rebosa en la exuberancia de su mirada, con la delgadez de su
figura. Sus ojos negros se clavaron como amapolas sobre los míos. Sí, me miraba
como si el tiempo no hubiese pasado. Sería el mediodía, no llevaba reloj, pero
la incidencia de los rayos solares sobre mi cabeza me decía que era esa hora.
Estaba vestida, muy bien vestida. Da igual
estas nimiedades. Pero es que estaba tan bella que sentía ganas de
abrazarla. No había nadie. Solo yo y ella y esa mirada que será perpetúa en el
paso de los años. Yo estática, combatía con la razón, con el corazón. Como era
posible me preguntaba. Pero sí, alargo su mano como ofrenda de los
desaparecidos y yo…yo la bese. La bese incansablemente. Sentía su suave piel
con cierto aroma ha rosas amargas. Entonces me di cuenta a medida que el día
avanzaba. Estaba en el cementerio, frente a su lápida…pero…pero prometo que la
vi. Tan fuerte fue nuestro amor. El día anterior la habíamos enterrado en un
mar de penas, lágrimas y agotamiento. Y ahora, aquí. He pasado por este lugar
pacificador y me la hallo frente a mí. Ha venido a despedirse, seguro, pensé.
La realidad retornaba con sus astillas ensangrentadas sobre mis sienes. Sentí…qué
sentí…una cierta calma, la serenidad de que algún día nos volveremos a
encontrar. Hasta luego amada mía.
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