jueves, marzo 24, 2016

Perro amarillo...

Llegó hasta la puerta, estaba entreabierta. Detrás el océano, una orilla donde las olas eternas rumiaban con sutileza. Le dio la impresión de que no había nadie y estaba abandonada, la hiedra vestía sus paredes, tanto, que no podía observar por alguna ventana. La casa, de una nave, era ruinas de un pasado que pudo ser enriquecedor. Entró, no había nada, solo una especie oscuridad iluminada por un halo de luz de la mañana y una mesa en el centro de aquella quebrada vivienda. Techos de madera, seguro que traídos de lejos, muy lejos. Suelo de piedra como si fuera una iglesia de antaño. La frialdad daba canto a todo su cuerpo. Se aproximó hasta la mesa, una inquietud la apresaba para ir hasta allí. Sobre aquel polvoriento trozo de madera había un libro que por su forma debía de ser muy antiguo, demasiado se dijo para ella. Por unos instantes le daba cierta cosa tocarlo…se desasearía en sus manos, pensó. Puso su mano sobre él. Oyó el ladrido de un perro, estaba afuera, cerca. No temió y lo abrió. El perro de un color amarillento entró y se puso al lado de ella. Se extrañó. Es como si estuviera esperando algo de aquel libro, que ella hiciese. Leyó y leyó. Una vieja historia, supuso. Se estremeció. Era un diario de alguna mujer que vivió bajo esos techos. Una mujer que poseía un perro como el que estaba al lado de ella.  Eran sus días, sus monotonías, su vida en aquel lugar. De pronto un halo de luz emanó del libro. El perro amarillo ladró y después calló con la viveza de sus ojillos. Ella no temió. Un espíritu extraño se estaba apoderando de ella, en círculos la envolvía en luminosidad, hasta encantarla. El perro amarillo la olía, la examinaba y un profundo lloriqueo se hizo presa de él. Se apartó, huyendo de aquella casa desierta. Solo ella en ese sitio. Solo la luz rodeando cada movimiento que realizaba. No entendía, algo quería decirle. Y con llamas de fuego escribió algo en el suelo. Al leerlo un temblor se apodero de ella. Se fue de la casa y llegó hasta la orilla de la playa. Allí el perro amarillento esperándola. Allí una mano que nacía del océano y se aproximaba a la orilla. El perro meneo el rabo, como de alegría. Ella ensimismada en el pánico se quedo estática frente a esa mano que venía, que venía a por ella. Del liviano oleaje brotó una mujer, una mujer desnuda ensangrentada, y fue hasta ella. No hubieron palabras, sus ojos delataba lo que quería explicar. El perro amarillo junto a ella otra vez, el perro amarillo reconoció a su amiga muerta en raras circunstancias. “Fue él”, dijo ese cuerpo mutilado. Ella cerró los ojos y comprendió. Acarició al  perro amarillo y se fue. Nunca más volvió a esa casa donde el dolor y la muerte eran parte de su vida. 

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