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Habitación cero. Habitación de
paredes blancas. Habitación de suelo gris. La claridad de la jornada quiere
marcharse y de repente un silencio inaudito penetra en la habitación. Estamos
aquí, tu visión se pierde donde mis ojos no pueden llegar. Te llamo y no hay respuestas.
Parpadeas, lates e inmóvil en el silencio oscuro logras alcanzarme. Estamos aquí, mi voz, tu callar y una noche
que quiere vencer a la tarde. Temblor. Continua la isla vecina con las
desavenencias de la madre tierra. Es qué tanto la hemos castigado. Es
imperdonable. Los casquetes caen. El deshielo se pronuncia como amargo destino
de nuestro de hoy, de nuestro mañana ¿Y los sueños ¿ Vendrá cuando tomamos la
compostura fiel agarrados en nuestro estómago, en nuestra mente? Estamos aquí y
te pienso, intento esbozar lo que por tu cabeza pasa. La nada. Sonríes.
Mantienes tu actitud hasta el final de este viaje donde los pájaros ahora cantan.
Estamos aquí en esta habitación de paredes blancas y suelo gris. Estamos aquí,
en esta batalla vencida por el desdén de la existencia. Me siento frente a ti
en esta silla. Esta silla aguantando todo mi dolor, toda mi pena. Una lucha inconcebible
me arrastra calle abajo donde los ecos del llanto son tormentas desfigurando mi
compostura. Qué más da. Aquí estamos, solas. El viento sur de vez en cuando sopla
con fuerza, un viento que traerá mal tiempo en este mes de noviembre. Todo es cíclico
madre, todo. Todo se repite sino aprendemos de nuestros errores, las guerras,
el hambre, la sed, el odio implantado en nuestro crecimiento y cuando llegamos
a la adultez nos desbaratamos con los inocentes. Sabes, al principio todos somos
inocentes, como este mundo echo de materia interestelar. Qué cometa habrá traído
el agua, la vida, que bacterias y microorganismos han fermentado en ese caldo
de cultivo hasta lo que somos hoy. Fíjate, madre, mira el cosmos. Somos
mujeres, mujeres calladas. Conversamos con nosotras mismas más allá de esta
dimensión, un viaje por el universo de nuestros mundos distintos bajo nuestros
puntos de vista y vemos esa lejanía…esa lejanía eterna. A pesar de esas diferencias
estamos aquí, esta habitación de paredes blancas y suelo gris, esta habitación
donde se consumen tus soles, tus lunas…tus horas. Estas horas que no existen
más allá de este ínfimo mundo. Un mundo herido, maltratado. Los bosques
salvajes caen presa de del ruido de nuestros mazazos. Que venga…sí, que venga
la fertilidad a este planeta caído, roto. Son tantas cosas…tantos desbarajustes
que no terminaría de contarlo, es como me hundiera en un mar de plásticos y no pudiera
respirar. Temblor. La tierra se estremece, ¿lo sientes? Es sutil y aun así nos
afecta, el miedo arrasara a los rostros, pálidos, idos. Perderlo todo. Así nos
sentiremos, miraremos el abismo con sus monstruos y fantasmas el resto de
nuestras vidas. Mi voz se vuelve insonora ante ti, una voz de adentro, de este
interior que se mezcla con los sonidos del derrumbe. Me derrumbo y no se del
porqué esta tristeza mía. Y no sé por
qué de esta apatía revolcándome en una lágrima eviterna. No madre, no. No puedo
apartarte de mí, este duelo particular mío. Soy como una niña insensata,
desganada cuando nuestras rutas se desvían. Peces inflados por el PH de los
mares. Ojos sueltos devorando nuestra conciencia. Temblor. Habitación cero.
Habitación de paredes blancas y suelo gris.